Escribe: Eduardo González Viaña*
El 4 de noviembre es el día de Túpac Amaru. Se conmemora al peruano rebelde que, a fines del siglo XVIII, recuperó la mitad de Sudamérica en manos entonces del colonialismo español.
Túpac Amaru fue capaz también de convertir en reales, aquí en América, los que hasta entonces habían sido sueños de los enciclopedistas en Francia. La abolición de la esclavitud y la devolución de la tierra a los trabajadores, entre otras reformas, parecieron el camino de vuelta a los tiempos dorados.
Ahora en España, en este octubre del 2024, se me ha ocurrido visitar a Fernandito Túpac Amaru. Como se sabe, el hijo menor del cacique cusqueño, entonces de once años de edad, fue el único superviviente de esa familia.
En un desprendimiento de benevolencia y humanitarismo cristiano, las autoridades españolas de ese tiempo dejaron con vida al niño, aunque después de que presenciara el suplicio de sus padres Túpac Amaru y Micaela Bastidas, que lo hicieran emprender una marcha a pie hasta Lima y lo condenaran al presidio.
En otra muestra de amor, la Santa Inquisición evitó que la simiente se perpetuara al imponer castración al heredero. Por fin, se le condenó a prisión perpetua, pero terminó viviendo en España y murió a los 33 años. Fue enterrado en un cementerio de pobres en la parroquia de San Sebastián.
Esta tarde, con varios amigos peruanos, fuimos a rendirle homenaje. Avanzamos por la calle Atocha donde se halla el templo y por fin desembocamos en la floristería donde acaso mora el alma atormentada, pero llena de esperanzas del joven mártir Fernando.
La floristería se encuentra situada exactamente donde se hallaba el campo santo y, allí, además de Fernando, descansan de sus quehaceres terrenales Lope de Vega y Miguel de Cervantes, entre otros.
Las bombas de la guerra civil arrasaron con el pequeño cementerio. Ha de entenderse, entonces, que su tierra es santa y que ella da vida a las flores que se expenden en ese lugar.
Esta experiencia me llevó más tarde a continuar la novela que escribo sobre Ciro Alegría. El primero de los novelistas peruanos partió al exilio en diciembre de 1934, luego de haber sufrido prisión por sus ideas políticas, como les ha ocurrido a muchos de los peruanos más ilustres de nuestro tiempo.
Viaja hacia un exilio del cual no sabe si volverá. En Chile escribirá “El mundo es ancho y ajeno”.
En el barco que lo lleva al destierro, se me ocurre que se encuentra con la sombra de un peruano que hacía siglo y medio partió también al exilio. Se trata de Fernandito Túpac Amaru, quien le dice:
-Tal vez, Ciro, soy el recuerdo o la sombra que ven quienes se alejan de su tierra. Sí, así es. Usted ha peleado por una causa noble y eso le ha ocasionado la prisión y el exilio, aunque no la muerte. Yo soy el recuerdo de esa patria en nombre de la cual usted pelea. Vengo a decirle que su pelea no ha terminado y que debe continuarla. Hable, Ciro, hable en nombre de mi padre, de mi madre, de nuestros abuelos, de nuestra gente. Hable en nombre de nuestras montañas. Hable en nombre de nuestros ríos. Todo nuestro mundo resucitará a través de sus palabras. Y el futuro será nuestro para siempre.
*Escritor. Acaba de publicar sus memorias El poder de la ilusión (UCV).
ACTUALIZACIÓN:
A razón de la presente nota, recibimos un comunicado de José Luis Ayala Olazábal, el cual reproducimos a continuación:
En la edición del diario La República de fecha del día 24 del presente mes y año, aparece un texto con el título "Eterno Túpac Amaru". Se trata de un artículo lleno de inexactitudes históricas de parte de un celebrado escritor, amigo de toda la vida, todo por aparecer como si conociera el tema.
Soy autor del libro: "Este cautiverio agonía sin fin", que precisamente trata acerca de la trágica e inhumana vida de Fernando Túpac Amaru Bastidas, ha merecido cuatro ediciones, además de reproducciones no autorizadas. Debo a Edgar Montiel y Hugo Jaime Chumbita, dos destacados historiadores, el hecho de haber trabajado en Madrid en los archivos históricos, por lo que los documentos publicados son auténticos.
Los restos humanos de Fernandito, fueron arrojados a la fosa común en el antiguo cementerio del barrio Atocha de Madrid el 21 de agosto de 1778, tal como consta en la partida de defunción. El odio oficial de España a Túpac Amaru que dura tantos siglos, no podía permitir que se le traslade a un cementerio junto a muchas celebridades.
El artículo al que hago referencia está ilustrado con la carátula de mi libro. Permítame agradecer su generosa atención.
Atentamente.
José Luis Ayala Olázabal.
DNI: 07201436.
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Leído el texto en mención, la imagen a la que se refiere Ayala Olázabal, es la imagen complementaria del artículo de Eduardo González Viaña. Se debió consignar la procedencia. Las disculpas del caso.