Hace unos días, mientras estaba en el cierre de edición aquí en La República, recibí una llamada insistente de un amigo. Le corté la llamada tres veces, pero a la cuarta le respondí.
—Baja un rato, es urgente, tengo que darte un dato.
Como quien va por un café y fuma un pucho, fui a su encuentro. Lo hice por el timbre de su voz. Había una luz en ella, como si el dato fuera tal por naturaleza.
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—Lo acabo de ver. Tienes que ir a Bellas Artes, para mí ha sido un descubrimiento.
Nivardo Córdova me dio los datos de Persistencia. Exposición antológica de Antonio Greison Fossa, la cual aún se lleva a cabo en la Sala Tilsa Tsuchiya en el Centro Cultural Bellas Artes.
Me despedí de Nivardo y, después del cierre, me puse a buscar referencias de Antonio Greison Fossa. Como me lo suponía, la data sobre su vida y obra era cicatera, a cuentagotas como para tener una idea sólida sobre la exposición. Ni siquiera una imagen suya. Me llamó también la atención el título, su palabra que tantos ecos suscita: persistencia.
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Al día siguiente fui a ver la exposición.
*
Antonio Greison Fossa (1929-1999) sería en la literatura lo que Enrique Vila-Matas llama un escritor del No. En el caso de Greison Fossa, un artista/escultor del No. ¿A qué nos referimos? Como las señas evidencian: un artista en estado de negación, no con la obra (de lo contrario, no sería creador), sino con la muestra/exhibición de esta, como si ese paso hacia el espectador tuviera que estar sólido en sus circuitos emocionales. Hay artistas que lo prefieren así, otros no: van a la caza del reconocimiento. En ambas vías, una sola justificación: la epifanía que genera el trabajo, es decir, su calidad que lo legitima. Se entiende en esta canción, que sin ese brillo de verdad, da lo mismo que seas un autoapartado o una banderita de inauguraciones.
Greison Fossa era hijo de inmigrantes italianos y creció en Magdalena del Mar. Además, fue durante décadas docente en la Escuela Nacional Autónoma de Bellas Artes del Perú. Pese a que era reconocido un extraordinario escultor en el circuito artístico local, su nombre era percibido con lejanía entre sus habituales. No hay que pensarlo mucho, así como es hoy, también lo fue antes: Greison Fossa optó por vivir hacia dentro, entregado a sus dos pasiones: la escultura y la enseñanza de escultura. Su nombre en Bellas Artes está considerado a la altura de Víctor Humareda, Gerardo Chávez, Tilsa Tsuchiya, a saber.
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En la muestra antológica Persistencia están reunidas 33 esculturas de Greison Fossa, que varían de formatos, entre grandes y pequeños. Catalogado como representante del neofigurativismo en Perú, las esculturas que tenemos a disposición no solo nos hablan de un depurado trabajo formal en piedra reconstituida, yeso y mármol, resulta innegable la tensión: Greison Fossa esculpía. En este punto, no negamos la formación, pero esta es insuficiente para hablar de los maestros. Estas esculturas tienen un espíritu en movimiento que enciende el intelecto y los sentidos. Aquí es donde muere la teoría y se impone el fuego creador: los pliegues de las esculturas, esas fronteras que suscitan una sensación cinemática se convierten en el canal por donde fluye la transmisión que va de lo conceptual (“Relieve en rojo”, “El arador” y “Campesino II”) a lo erótico (“Morena”, “Estudio de mujer” y “Retrato de mujer”), aspectos que nos revelan la intención del artista: centra su visión horizontal con sus materiales, incluso en el “Cristo” y “Faraón”.
El ánimo de los alumnos y autoridades de Bellas Artes, como Martina Martínez y Segundo Peña Villarreyes, y del sobrino del artista, Arturo Greison Ágreda, está más que justificado. La última vez que expuso Greison Fossa fue en 1993 en el Museo de la Nación en homenaje colectivo por los 75 años de Bellas Artes. Este es un artista de los que quedan y hay que conocerlo ahora mismo. Sales distinto tras la visita.