El poeta Antonio Cillóniz radicalizó en tono político —cívico dice él— su palabra poética. En su reciente poemario República de bárbaros. Burros a lomos de asnos. Cámara oculta (Hipocampo Editores) ofrece una visión crítica, no sin emoción, sobre la suerte social que ha corrido y corre nuestro país. Tiene sabor a cierta amargura, desencanto, pero también el resplandor de las utopías.
—¿Su libro intenta ofrecer una visión sobre nuestro país, desde la historia y la coyuntura, pero también desde un ángulo político?
—Sí, pero también existencial, personal, porque hay poemas desde una perspectiva emocional, porque expresan un sentimiento, una frustración, una situación de este Perú que vivimos. No todos los poemas son políticos…
—Claro, en el poema II hay una visión casi de desencanto cuando alude a Alicia, de Lewis Carrol, que mira en un espejo un país de maravillas; en cambio, el yo lírico, en ese mismo espejo, “siempre ahí se ve el reverso/ por ambos lados”.
—Esto va en consonancia con un artículo que yo escribí para una revista y allí hablaba, según las encuestas, de la alta desaprobación de la población al actual Congreso y Ejecutivo, además de la solicitud de una nueva Constitución. Y lo he dicho en entrevistas, y aquí lo ratifico, creo que la solución es un Perú federal, un Estado federal.
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—Pero, más allá de ese análisis político, como poeta, tener conciencia de esos reversos oscuros, opacos, ¿qué le suscita?
—Frustración por mi país. Yo tengo mis raíces aquí. Yo vivo en España, pero estoy muy al día porque lo primero que hago al despertar, esté donde esté, ahora, en esta aldea global, en que estamos interconectados, lo primero que hago es leer los periódicos, entre ellos La República. Entonces, yo siento una decepción terrible porque, en realidad, lo que vive el Perú ya no es democracia, y no lo digo yo, sino la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Aquí hubo una masacre, eso es imperdonable.
República de bárbaros. Foto: composiciónLR
—En el poema XIV se lee: “¿Qué problema hay en que la gente opine, / que haga círculos cuadrados”. ¿Refiere a los impedimentos a consultas, a las marchas populares?
—Lógico, que se manifieste la población, ¿qué problema hay de que la gente sea libre? Casi hemos perdido todos los derechos democráticos, digo yo. Incluso ha habido muertes de personas que pasaban, todos los saben, colateralmente, en una manifestación, de gente que volvía de su trabajo. Han matado, incluso, a una persona que asistía a un herido. Eso no ocurre en un país civilizado.
—¿En este libro asume que su poesía es política?
—Política no; cívica.
—¿En qué sentido?
—En el sentido romano. Político es el sentido griego, la polis, que es la ciudad. Me da lo mismo que se llame política en el sentido de cívica. Es una poesía comprometida con la realidad, con el pueblo. Mi poesía es una poesía que reclama. Paralelamente, yo voy escribiendo otros poemas, de otro corte, pero entre estos poemas no encajan porque no es de una república de bárbaros un poema de amor, poemas más personales, íntimos. Eso tiene otro cauce. Esta poesía de contenido político ya la he hecho en Victoriosos vencidos, poemario que publicó en edición bilingüe el peruanista italiano Antonio Melis. Pero, en todo, la poesía tiene que tener fuerza emocional, tiene que ser emotiva.
—En los años 50 hubo la tendencia de la llamada poesía social, que suscribía contenidos políticos. ¿Halla semejanzas en la suya?
—No, es distinta…
—¿Qué marca la diferencia?
—La diferencia está en que mi lenguaje une poesía social con poesía vanguardista. Eso ya lo hacen Vallejo en España, aparta de mí este cáliz y García Lorca en Poeta en Nueva York. O sea, ya no es una poesía completamente de realismo social, que está vinculada con el realismo social decimonónico.
—¿Como algunos libros de Romualdo?
—Sí, el Romualdo de Edición extraordinaria, de 1958, que es lo más político que tiene Romualdo. Pero ese es un realismo social totalmente puro. En el caso de Victoriosos vencidos y República de bárbaros, hay un leve matiz existencial desde el punto de vista emocional, no desde el punto de vista denunciatorio. Esa es la diferencia.
—Pero igual, hay una línea delgada. Corre el riesgo de que su poesía sea crónica política.
El riesgo está. Yo soy muy consciente de eso. Y ese hilo ahí se mantiene porque hay un cierto equilibrio con otros poemas; cuando se aborda el tema cívico, siempre está la emoción existencial del personaje o del yo lírico.
—También está la reflexión histórica. En el poema XXI se habla de los bárbaros que llegaron y nos conquistaron, pero, se lee: “No hace falta que venga ni uno más/ porque nosotros somos nuestros propios bárbaros”.
—Esta pregunta es muy importante para aclarar un tema. La crítica se ha equivocado conmigo, yo no soy poeta del 70, sino del 60. Yo no conocí a nadie del 70, ni a Watanabe, con quien compartí el premio Poeta Joven del Perú. Sin embargo, a los del 60 los conocí a todos, hasta a Javier Heraud, que murió en el 63. Yo asistía a sus recitales.
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—¿Llegaron a ser amigos?
—No, porque Heraud se marchó muy pronto a Cuba. Pero fíjese, allí, en su pregunta sobre los bárbaros, se ve que no soy poeta del 70, porque mi poesía no es la del 70.
—¿Qué es lo que lo desmarca?
—Explico. El 70 empieza con hora zero, y el grave error que comete hora zero es romper con la tradición. No solamente con la tradición peruana, que significa Belli, Romualdo y otros que no leen. Pimentel amenaza hasta a Cisneros. O sea, están rompiendo con el 40, 50, con todos.
—Pero es válido, es la rebelión…
—Es que no solamente rompen con la tradición poética peruana, sino rompen también con la tradición del instrumento con el que escribimos, que es la lengua castellana o española. Es decir, un poeta tiene que conocer la tradición poética de su propia lengua. Se leen traducciones, pero cada idioma tiene su estructura.
—¿Pero a qué da pie mi pregunta para excluirse como poeta del 70?
—Tu pregunta es significativa por vincularme levemente a una poesía que se inicia con García Lorca, con Vallejo y, como hemos mencionado, incluso con Romualdo. Y es la preocupación por la identidad, por nuestra historia, por la significación de la conquista, por lo que fue el virreinato para nuestro país, por preguntarnos qué es el Perú. Pero cuando Juan Ramírez Ruiz dice Un par de vueltas por la realidad podríamos decir que es un par de vueltas por Surquillo. No hay un problema histórico allí.
—Pero no vamos a negar lo inmediato, la patria chica, ya sea el pueblo, el distrito, la cuadra, todos eso también constituye parte de nuestra identidad.
—Lo que quiero decir es que ha desaparecido la problemática nacional, lo histórico. Eso es lo que desparece en la poesía del 70. Yo también tengo en mi libro Verso vulgar, de 1968, rasgos que después van a aparecer en hora zero, porque eso estaba en el ambiente. Pimentel me dedica su primer libro diciendo algo así: “Estos versos también son vulgares”. O sea, lo había leído. Lo que pasa es que la crítica no entendió mucho porque Verso vulgar se escribió en España y el tema era la dictadura franquista, pero, en realidad, el tema es la dictadura, en general. La dictadura de Odría me tocó temprano, yo tenía 12 años.
—¿O sea, no se siente incluido entre los del 70?
—No, para nada. A mí me incluyeron porque me dieron el premio Poeta Joven del Perú en el 70 y me empezaron a antologar en Estos de 13, de José Miguel Oviedo; en la Antología de la poesía peruana de Alberto Escobar y en Imagen de la literatura peruana actual de Julio Ortega. Con todo eso, se me situó en los 70, pero a mí la editorial Aguilar me antologó en 1966 y 1967 en dos antologías españolas como poeta del 60. El problema es que lo que no sale en Lima no existe.
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—Para finalizar y retomar su libro, en el poema XXII, interpolando tiempos, se lee: “En mi país/ resulta más difícil/ matar algún chileno en vez de otro peruano”. ¿No nos queremos entre nosotros?
—Esa es una doble visión histórica, porque en la guerra con Chile no matamos chilenos. No olvidemos que la tropa chilena estaba en Chorrillos, borracha, y no autorizaron atacar; sin embargo, sí autorizamos masacrar a puneños, ayacuchanos, cusqueños en las recientes marchas. Allí está el contraste.