Julio César Zavala (Lima, 1981) estudió Filosofía en San Marcos, pero es librero. Y en vez de escudriñar las grandes preguntas celestes, siempre está, desde su librería, quebrando lanzas por la literatura. Ahora debuta como poeta con Inevitable catástrofe, naufragio nacional (Ed. Objeto Profano), un poemario que alude el naufragio del barco San Martín frente a las playas de Chorrillos el 16 de julio de 1821. Zavala interpola este hecho con el destino de nuestro país, en un ejercicio que uno lee, desde la memoria y el presente, la historia de nuestro país.
Tu libro es una suerte de metáfora de nuestra vida nacional. A los 200 años de la independencia y del naufragio del San Martín, pareciera que seguimos en un naufragio.
Sí, si seguimos las noticias, podemos darnos cuenta de que no hemos dejado de ser esa Lima caótica, ese país desarraigado del concepto de identidad y de nación. Somos un Estado fallido. La metáfora es esa, un Estado fallido que naufragó desde su inicio y no se cansa de seguir naufragando.
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Un verso tuyo dice: “La corrupción de un cuerpo que dejó de flotar”. ¿El Perú de hoy?
Eso es algo que recién voy teniendo conciencia. A medida que avanza el libro, me doy cuenta de que muchas de las cosas que he escrito sobre esa época lamentablemente se siguen repitiendo. Somos una sociedad condenada a repetirse, no aprendimos de los errores. Como dice Hegel, la historia al repetirse se convierte en comedia. En eso terminamos como país.
En otro verso: “La historia bambolea como un buque insignia”... “reescribir nuevos epitafios”. O sea, el fracaso.
Creo que es un poco la filosofía del libro. Hay una tendencia natural al pesimismo y eso pasa cada vez que nos miramos como nación. Es inevitable ante las fracturas sociales cada vez más hondas. Es inevitable no tener una postura optimista. La realidad nos convierte en pesimistas.
El libro un poemario que alude el naufragio del barco San Martín frente a las playas de Chorrillos el 16 de julio de 1821. Foto: difusión
El viaje del barco se puede entender como el viaje de nuestro país. ¿El libro es también un viaje personal?
Totalmente personal. Sí, hay mucho de ensimismamiento cuando uno escribe poesía. Uno es inconsciente al escribir. Uno se da cuenta después de que en los textos van apareciendo, a manera de exorcismos, seres queridos, amigos, recuerdos. Creo que eso es, de algún modo, una dimensión de lo que somos.
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En ese viaje personal Lima aparece como “una ciudad que se resiste al cambio”.
En verdad, esa metáfora que utiliza Max Hernández al describir que el Perú es una especie de Sudáfrica asolapada, creo que la hemos estado viviendo estos últimos años, sobre todo en Lima, donde hemos sido observadores de toda esa violencia, racismo, clasismo, que evidencia un poco la clase de sociedad que seguimos siendo. Revisando apuntes de Lima del 1800, el racismo del peruano de entonces no se diferencia del peruano actual. Repetimos los esquemas, las mismas taras.
El poema “El susurro de aguas poco profundas” ofrece la visión de Chorrillos, los pescadores, la caleta, la vida cotidiana. ¿Es un poemario habitado por personajes de la historia y también del presente?
Uno de los grandes problemas que tiene nuestro país, hasta en un nivel de distrito, de barrio, es el olvido que somos. Olvido sobre todo de nuestra historia. Yo crecí viendo una foto muy poderosa de Roberto Huarcaya, aquella que muestra la playa del Club Regatas y al lado la playa de Chorrillos. Ese abismo me marcó, por eso pienso que Chorrillos se olvida de su propia historia. Si preguntamos, el 99% no conoce esa historia del San Martín y ellos trabajan a poco metros donde está hundido.
¿Cómo has trenzado tu lenguaje poético? ¿Por un lado, la información histórica y, por otro, las voces de otros poetas e historiadores?
Cuando releo mi libro, pienso que le debo mucho a Juan Gonzalo Rose. También a Martín Adán. Entre los más recientes, a Pablo Guevara, cuya poesía también propone una lucha social. Los recursos están allí para asimilarlos en el momento poético cuando uno trata de escribir un poema.
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¿Y si la poesía estuvo allí, por qué demoraste en publicar?
Esa pregunta es la que siempre me hago. Algo que aceleró la presencia de este poemario es mi cercanía a los 40 años. Alguna vez Marco Martos me dijo que publicar poesía a los 18 años es muy fácil, hasta natural; lo difícil es publicar después. Eso me dio vueltas en la cabeza. Yo escribía poemas, los guardaba y volvía a releer. Sentía que el tiempo tenía que ser una especie de prueba para que el texto merezca ser publicado. Fue eso, pero también los 200 años del naufragio del San Martín, el bicentenario. Todo se juntó para publicarlo.
En “Tribulación nacional” se respira pesimismo, pero allí se lee también: “Y saca un dudoso ticket para su próxima inclusión”. Es decir, ¿hay salidas?
Es como la esperanza con incertidumbre. Como un propósito que uno siempre tiene de que las cosas cambien a pesar de que el pesimismo está presente en nuestra forma de pensar. Sobre todo para el futuro de las nuevas generaciones, uno tiene que dar la posibilidad de que esto tiene que cambiar.