Recuerdo que en 1986, cuando era profesor en el colegio nacional Miguel Grau de Magdalena, mostraba la portada de Cien años de soledad a mis alumnas para que conozcan el libro que iban a leer. No hubo una que no dejó de estirar lo más que pudo el cuello, agudizando la mirada, para advertirme, casi escandalizadas, que en el título había un error. Se referían a la “e”, de la palabra “soledad”, que estaba escrita al revés. Pero no, el artista mexicano de origen español Vicente Rojo, quien acaba de morir a los 89 años de edad, la había puesto así, como un juego gráfico. Así, a golpe de vista, con la “e” al revés, esa portada se convertía en el centro de las miradas, como ocurrió con mis alumnas.
Y sobre esto de creer que era un error, hay leyendas. Por ejemplo, se cuenta que cuando salió la novela, un librero en Guayaquil, plumón en mano, en su quiosco, se apuraba en corregir la “e” de los ejemplares que iba a vender. El mismo Vicente Rojo admitía haber puesto en aprietos a Gabriel García Márquez, pues algunos críticos y académicos empezaron a elaborar tesis y teorías por esa “e” en la que el escritor no había intervenido en nada. Sobre esa portada, hay toda una historia qué contar, entre ellas, que no fue la primera carátula de Cien años de soledad como algunos creen.
Un español mexicano
La vida de Vicente Rojo está vinculada a México, pero había nacido en Barcelona, en 1932. Su padre, Francisco, miembro del Partido Socialista, tuvo que salir de España en 1939, hacia Veracruz. Lo hizo en el barco “Ipanema”, y junto a él iban 994 refugiados españoles de la dictadura de Francisco Franco. La familia no tuvo otra alternativa que buscar el exilio, pues también el tío del futuro artista, el general Vicente Rojo –nombre con el que bautizaron al niño-, era último jefe del Estado Mayor del Ejército Republicano que organizó la defensa de Madrid ante los regimientos franquistas. Quedarse en España era un peligro.
Vicente Rojo tenía 17 años cuando llegó a México. El azar o la fortuna le abrieron las buenas puertas, porque empezó a estudiar en La Esmeralda, escuela de arte en la que eran profesores Diego Rivera, Frida Kahlo y Agustín Lazo, uno de los padres del surrealismo mexicano.
Rojo fue gravitante en la cultura de México, país en el que terminó nacionalizándose. Como bien ha dicho Carlos Monsiváis, para subrayar la importancia del artista en ese país, “Vicente Rojo encabezó en la cultura el tránsito de la vieja a la nueva percepción”.
Como artista plástico, era un maestro, considerado uno de los puntales del arte abstracto, con su grupo o generación de la “Ruptura”, pero aquí no vamos a detenernos en esa faceta, sino cómo el artista gráfico que se vincula con poetas y escritores, hasta llegar a esa famosa portada de Cien años de soledad.
Y ocurre así. Junto a otros amigos, en 1960, funda la editorial Era, en la que publica nada menos la primera edición de El coronel no tiene quien le escriba (1961) y La mala hora (1962), ambas de García Márquez; Los elementos de la noche (1963), de José Emilio Pacheco y La feria (1963), de Juan José Arreola. Después publicaría a Octavio Paz y Elena Poniatowska, entre otros. Y por supuesto, en 1967, diseña la portada de Cien años de soledad.
Un toque popular
Vicente Rojo conoce a García Márquez, en 1961, cuando este llega a México. Tenían dos amigos en común, el escritor colombiano Álvaro Mutis y el editor barcelonés republicano Luis Vicens, que antes se había refugiado en Bogotá.
Esa amistad le franqueó la confianza de Gabo, en realidad, un privilegio para después acceder a los manuscritos del escritor y nobel colombiano.
“Gabo me pidió esa portada dándome el manuscrito y fui uno de los primeros en leerlo. Me di cuenta de lo excepcional de la obra y de lo difícil que era sintetizar esta novela en una portada”, narró Vicente Rojo en una entrevista en El Heraldo.co, en el 2014.
Ha contado que empezó a trabajar esa portada con diseños de viñetas mexicanos con motivos escolares del siglo XIX: “Yo empecé a trabajar y pensé que la portada debía ser con elementos de uso común y popular y creí que iba bien para dar con el tono de la novela, que como sabemos es una obra riquísima”.
Sobre los colores que utilizó, no se hizo mayor problema. Ha narrado que usó el azul, rojo y negro porque son colores básicos, no elaborados y que se pueden hallar en cualquier ferretería y que entre sí contrastaban bien y se asociaban de manera natural como aparecen en cualquier cartel de la ciudad.
“Las letras las tracé –contó en aquella ocasión- como si las hubiera hecho un rotulista de barrio o alguien que pudiera poner lo mismo que el título de Cien años de soledad o de cualquier papelería, o negocio de mecánica. Yo quise darle ese tono popular y así fue”.
Asimismo, en diseñarla no hubo cálculos ni otro propósito sesudos ni misteriosos.
“No había algo muy pensado o muy decidido, simplemente quería que tuviera ese juego y que vibrara un poco dentro de esas etiquetas y viñetitas que escogí”, contó Rojo en la entrevista.
Y aquí también lo curioso, las razones por las que colocó la “e” al revés, que contravino las teorías de los académicos y críticos literarios sobre ese juego gráfico.
“Puse la e al revés precisamente para acentuar el carácter popular del rotulista que había hecho el letrero y se había equivocado. Como era un rotulista de barrio que no tenía mucha destreza de repente se equivocó y a mí me pareció que le hacía un pequeño guiño a la novela. Fue un error que le propuse al rotulista para que quedara así y a esa me atengo”, ha contado Rojo.
Ese recurso gráfico en su sentido popular, nos hace recordar el uso de la “b” que hace César Vallejo en el poema “Pedro Rojas”, cuando escribe “¡Abisa a todos compañeros pronto! ¡Viban los compañeros al pie de esta cuchara para siempre!”. El uso “equivocado” de la “b” como una señal de identificación popular de quien la escribe: un humilde miliciano.
La segunda portada
Vicente Rojo contó que diseñó la portada a tiempo y la envió a la editorial Sudamericana, a Buenos Aires. Pero esta demoró en llegar y la casa editora, comprometida a lanzar el libro, tuvo que improvisar. Buscaron a la artista argentina Iris Alba, más conocida Iris Pagano quien hizo un galeón encallado en la selva y, debajo de él, tres flores anaranjadas.
Esta edición se agotó en una semana, así que para la segunda tirada, como ya había llegado la portada de Vicente Rojo, Cien años de soledad la famosa portada con la “e” al revés.. Además, la fotógrafa española Isabel Steva Hernández, conocida como Colita, retrató a escritor con el libro, partido en dos aguas sobre su cabeza, que la volvió también inolvidable.
Sobre la tardanza de su portada, el artista mexicano, bromeaba.
“Yo siempre he imaginado que la portada en su viaje de México a Buenos Aires se detuvo en Macondo para que allá aprobaran o no aprobaran la portada del libro”, así solía explicar ese retraso el gran Vicente Rojo.