El País
Aquella noche, en Santo Domingo, Mario Vargas Llosa se sentó lo más cerca posible de la puerta. La cena prometía ser larga y el escritor consideró que una cosa era aceptar la invitación pero otra, bien distinta, era quedarse. “En cuanto se marcharan los primeros comensales, tenía planeado salir tras ellos”, contó. Sin embargo, el escritor Tony Raful apareció de la nada para sentarse a su lado. Tras años sin verse, su antiguo amigo puso a prueba la relación entre ambos: “Mario, tengo una historia para que la escribas”.
El Nobel, cómo no, frunció el ceño. Pero Raful siguió adelante: habló de intrigas políticas y militares, tendió lazos que unían a Rafael Trujillo, el dictador dominicano de La fiesta del chivo, con Carlos Castillo Armas, el golpista que derrocó al presidente guatemalteco Jacobo Árbenz. Le narró alianzas secretas y conflictos. Y rescató verdades históricas que sonaban a realismo mágico.
“No conocía esas historias. Me puse a averiguar hechos, a documentarme. De golpe, me di cuenta de que había empezado a escribir una novela”, relató Vargas Llosa.
La portada de Tiempos recios (Alfaguara) lucía justo a sus espaldas. Delante de él, dos centenares de asistentes escucharon, fascinados, el relato del escritor en Casa de América.
Tiempos recios está ambientada en Guatemala en 1954: el coronel Árbenz ocupa la presidencia y pone en marcha un proyecto democratizador. “Se disponía a hacer reformas para sacar al Estado de la condición medieval en la que vivía”, sostuvo Vargas Llosa. Pero su atrevimiento y su reforma agraria empezaron a ganarle enemigos. Entre otros, Castillo Armas y la multinacional United Fruit.
“Árbenz quería hacer de Guatemala una democracia capitalista. Este esfuerzo generó un interés enorme. Cuando se frustró, provocó manifestaciones en América Latina”, relató.
El Nobel recordó que en aquel momento casi todo el continente sufría dictaduras —“salvo Costa Rica, Chile y Uruguay”— y que el sueño destruido de Guatemala trascendió las fronteras nacionales y llegó hasta Fidel Castro y Che Guevara. En todo caso, la novela contesta a la pregunta: ¿qué cambió el devenir de América Latina?
Sobre todo este lienzo real, Vargas Llosa extendió sus pinceladas. “Los novelistas tienen una gran ventaja sobre los historiadores: lo que no saben pueden inventarlo. Y esto es lo que he hecho yo: sobre un telón de fondo histórico, he añadido cosas. ¿Significa que las novelas mienten? No. Completan la historia”, insistió. “Puede que Guatemala sea uno de los lugares más bellos y violentos del mundo. Pocos países se han entrematado como los guatemaltecos”, agregó.
El autor explicó que cuando escribe tiene cierto control sobre lo que hace. “Con la ficción, en cambio, no. Quizás mis novelas expresan más mis emociones, pasiones o intuiciones, algo que viene de zonas más profundas de la personalidad. Tal vez por eso no me reconozco en ellas. Nunca hubiera pensado que escribiría alguna vez una novela situada en Guatemala”, rememoró. Cosas de la vida. Al fin y al cabo, también hubiera huido de aquella cena en Santo Domingo.