Un torrente de alegría inunda Tarapoto durante la mayor parte del año. La capital comercial y turística de la región San Martín se desborda llena de frescura frente a los ojos de los turistas que la visitan.,Óscar Miranda / Revista Rumbos Cuenta la leyenda que con la llegada de los españoles al antiguo valle del río Cumbaza, en las épocas de la frenética búsqueda de El Dorado, los antiguos pobladores de la zona, los cumbaza, fueron exterminados totalmente. Apenas quedaron dos niños a quienes el Apu convirtió en un toro y una mariposa. Las lágrimas del toro formaron el río Schilcayo y la mariposa, al ser derribada por un arcabucero, se convirtió en la hoy extinta laguna Suchiche. Así se formó Tarapoto. PUEDES VER: Chanchamayo: encuentro cercano con la naturaleza La ciudad como tal fue fundada un 20 de agosto de 1782 por el obispo Baltazar Jaime Martínez de Compagnón y Bujanda. Sobre el origen del nombre existen dos versiones: La primera señala que los exploradores españoles llamaron “tarapotus” a la palmera huacrapona, abundante en la zona y de la que hoy quedan muy pocas. La segunda asegura que el nombre Tarapoto proviene de las voces “tara” (contenido de algún producto: pescado, maíz, etcétera) y “poto” (recipiente hecho del fruto seco del huingo). En Tarapoto los viajeros se contactan con la naturaleza. Foto: Archivo Rumbos Hoy la Ciudad de las Palmeras hace poco honor a su epíteto. De las barrigudas “tarapotus” que le dieron nombre quedan pocos ejemplares, y son otras especies de palmas las que brindan sombra al viajero. Pero su encanto se ha mantenido con los años. La construcción de vías terrestres ha facilitado el acceso a sus principales atractivos (aunque todavía es mucho lo que queda por hacer) y por ello ha consolidado su posición como uno de los circuitos turísticos más fascinantes y divertidos del país. El agua que ríe Apenas 55 minutos de vuelo separan Tarapoto de la capital peruana. Un moderno aeropuerto y una cálida brisa de permanente verano reciben a los viajeros. La temperatura en este lugar puede alcanzar los 34º centígrados, pero unos buenos sorbos de agua de coco helada extinguen cualquier fuego encendido. O lo aplacan hasta la noche, plena de diversiones y placeres. Una vez instalados en el hotel (la ciudad los tiene de primer nivel), el primer paradero turístico puede ser las cataratas de Ahuashiyaku ('el agua que ríe'). A 15 kilómetros de Tarapoto, cerca de la carretera a Yurimaguas, Ahuashiyaku tiene tres caídas de agua de más de 50 metros cada una y una poza final, enorme y transparente, donde se puede retozar panza arriba viendo como el sol se oculta y sale en medio del follaje que protege el lugar. Aquí uno ya se siente en el paraíso. Panorama amazónico. Foto: Archivo Rumbos Luego de enjugar el cuerpo y almorzar un buen plato de cecina con tacacho, es ley darse un salto a Lamas, apenas a 22 kilómeros de la 'Ciudad de las Palmeras'. Considerada la capital folclórica de San Martín y en general de la Amazonía peruana, Lamas, desde su fundación en 1656, se halla dividida en dos sectores: el de los nativos o barrio Wayku (parte baja) y el de los mestizos, en la parte alta. La fiesta patronal de estos se celebra en julio, en honor al Triunfo de la Santa Cruz de los Motilones. Pero sin duda es la festividad de los nativos (de origen andino y quechuahablantes) la que concita mayor interés y afluencia de visitantes, cada 30 de agosto. Es la fiesta de Santa Rosa, patrona de Lamas, donde miles de danzantes agrupados en “pandillas”, vistiendo coloridos atuendos y con los rostros pintados con achiote, recorren la ciudad al compás de sus instrumentos musicales. Durante la fecha el espectáculo es sencillamente impresionante. Al paso del Huallaga Luego de dejar Lamas es recomendable preparar el corazón y los sentidos porque el siguiente destino es Chazuta, de donde se parte en lancha para surcar través del irascible río Huallaga hacia el Pongo de Aguirre. Chazuta es un pequeño distrito ubicado a poco más de 40 kilómetros de Tarapoto, al que se por carretera. Imagen bucólica de las comunidades de la región San Martín. Foto: Archivo Rumbos El Pongo de Aguirre, estrecho paso donde el Huallaga abandona la selva alta y se interna en los meandros del llano amazónico, es un impresionante escenario con frecuencia ignorado por los operadores turísticos. Debe su nombre a Lope de Aguirre, célebre aventurero español que a su paso por el lugar en busca de El Dorado dejó una estela de terror y muerte que aún sobrevive en las narraciones orales de los chazutinos. En Chazuta se puede apreciar, además, la artesanía más celebrada de la provincia de San Martín, la que se exhibe en el Centro Cultural Wasichay. No es difícil disfrutar de duchas naturales en las cataratas de Tunun Tunumba, a una hora de camino, y en las aguas termales de Chazutayacu y Achinamiza, en el mismo Pongo de Aguirre. Eso sí, la navegación en los rápidos de Vaquero, Estero y Chumía es recomendable solo para expertos. Belleza de lagunas Las noches en Tarapoto son cálidas y sabrosas como un buen inchicapi (eminente sopa de gallina con maní y yuca). Es básico darse una vuelta por Morales, el distrito donde se concentra el mayor número de discotecas y bares de la provincia, para mover los huesos con los éxitos del momento. Si el vacilón es en familia lo mejor es dejar las emociones nocturnas para otro viaje y resignarse a chapotear con toda la tribu en las piscinas de los varios centros de recreación que Tarapoto cobija en sus extramuros. Recorrer Tarapoto es un verdadero deleite para quienes gustan de la fotografía. Foto: Archivo Rumbos. Pero lo que no se puede postergar, en definitiva, es una visita al Sauce y su Laguna Azul. A unos 52 kilómetros de la ciudad, luego de cruzar el Huallaga en Puerto López, a bordo de esas curiosas embarcaciones que forman tres lanchas unidas con tablones, se llega a este apacible distrito de apenas 6.000 habitantes. Las estructuras de lo que fue un exclusivo balneario a orillas del lago nos hablan de una época dorada, que el narcotráfico y la actividad subversiva dejaron apenas como un bello recuerdo. Al mediodía, con 35 gradiso de calor, cuando todo objeto o ser vivo parece despedir candela, no hay ley física o mortal que le impida a uno sumergirse en las aguas de la llamada laguna Azul. Y luego dar unas vueltas en esquí, a vela o simplemente en lancha. Y, luego, hincarle el diente a un ceviche de doncella, un sudado de tilapia o si se prefiere, un juane de arroz y gallina, de lo mejor de la culinaria amazónica. Para bajar la comida no hay oómo un paseíto en lancha hasta la trocha que conduce a lago Lindo, al otro extremo de la laguna Azul. Árboles centenarios y vegetación tupida protegen este pequeño santuario de la naturaleza, un paraíso en miniatura donde uno puede darse sus buenos chapuzones o pasear en bote, avistando sin dificultad a los paucares, patos silvestres y shanshos (especie de gallinas amazónicas). La sonrisa de los niños alegrarán su viaje. Foto: Archivo Rumbos