Las historias del oso

“Escribiendo esto comprendo que su gran lección fue que una buena crónica está llena de detalles, decisiones en apariencia minúsculas que se toman permanentemente”.

Luis “el Oso” Miranda era el último representante de esa vieja tradición de periodistas peruanos que, desde la crónica para televisión, iluminaban los fenómenos de nuestra sociedad mientras ocurrían. Con un olfato entrenado y un estilo irrepetible, muy personal, era capaz de identificarlos, retratarlos y cautivar al gran público al momento de presentárselos. No exagero si aseguro que sus reportajes semanales contribuyeron definitivamente a perfilar la imagen que tenemos de ese lugar complejo, atormentado, apasionante y entrañable que es el Perú de nuestros días.

Detrás de ese esfuerzo por descubrirlo y explicarlo en su comida, sus parajes escondidos, sus días y sus noches, y, sobre todo, su gente, en “el Oso” Miranda palpitaba un profundo amor por nuestro país: por su paleta de colores, sus contradicciones, sus tragicomedias y su pujanza. Habiendo pensado mucho en él esta semana, creo haber entendido que dedicó sus esfuerzos —como reportero de televisión, pero también como fotógrafo y escritor— a la imposible tarea de compendiarlo en todas sus manifestaciones, texturas y singularidades.

Aunque alguna vez incursionó en la nota política, el territorio donde se sentía más cómodo y feliz era en el de la crónica del mundo espontáneo y vertiginoso de la calle. Poblados de marginales y locos, cocineros y músicos, viajeros y actores, santos y pecadores, sus reportajes conseguían exprimir cada escenario, cada anécdota y cada personaje gracias a una sensibilidad muy desarrollada y una mirada única de las cosas.

Era dueño de una prosa plástica, precisa y vital que revelaba su origen en las canteras de la prensa escrita. No solo contaba bien las historias, sino que, con sus observaciones y adjetivos, las redondeaba, añadiéndoles dosis precisas de ironía, picardía, ternura, sentido del humor y profundidad. Además, tenía una voz amable y se manejaba con soltura en cámara. Escribiendo esto comprendo que su gran lección fue que una buena crónica está llena de detalles, decisiones en apariencia minúsculas que se toman permanentemente. Para que el conjunto funcione, ninguno puede ser pasado por alto, todos deben ser considerados y cuidados.

Recuerdo la impresión que tuve cuando vi sus reportajes en ‘Cuarto poder’. “Cómo me gustaría trabajar con este tipo”, pensé por entonces. Tuve la suerte de hacerlo por casi nueve años, en los que, además de compañeros de trabajo, nos hicimos amigos. A veces jugábamos al tenis y recuerdo su mensaje a la casilla de voz —lo vi muy tarde, cuando recién me desperté y prendí el teléfono—, donde me buscaba para jugar con su entrevistado de esa semana. Nada menos que Roger Waters, que esa noche tocaba en Lima.

En uno de sus guiños incomprensibles, el destino quiso que la muerte —prematura, absurda, dolorosa—, le llegara al “Oso” Miranda este primero de mayo, a pocos días de conmemorar el día de la libertad de expresión. Se ha ido un ser humano indispensable, el reportero más notable con quien trabajé (y he trabajado con los mejores reporteros del Perú), pero, sobre todo, un ser humano extraordinario, cariñoso, tierno y divertido.

Raúl Tola

El diario negro

Raúl Tola. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.