¿El indulto a Alberto Fujimori ha convertido al presidente en un rehén del fujimorismo? Más peligroso y cierto es que Pedro Pablo Kuczynski sigue preso de sí mismo. La noche en que los Avengers de Kenji le salvaron la vida, PPK celebró con bailecito en su casa como si hubiese ganado las elecciones. No entendía que se quedaba en Palacio pegado con babas. Que el indulto tramitado por dos ministros oscuros como Enrique Mendoza, de Justicia, y Fernando D'Alessio, de Salud, le pasaría tremenda factura. Su mensaje a la Nación anunciando algo que el país entero ya sabía, con voz desganada, leyendo un texto que sabe Dios quién le habría escrito, en una locación más parecida a un refugio nuclear, solo confirmaría el apuro y la desesperación que había tenido por asegurar su permanencia en el cargo. Porque no se trataba de lo mejor para el país, sino de lo mejor para él. Por eso había conminado a sus dos vicepresidentes a acompañarlo durante aquella alocución en la que fue él quien anunció que ni Vizcarra ni Aráoz se quedarían en sus cargos si lo vacaban. PPK insiste en creer que los peruanos somos ciudadanos de segunda, incluyendo a quienes fueron sus ministros hasta que salió lo del indulto. Le mintió al país cuando negó cualquier trato con Odebrecht porque para él, si su firma no está en los contratos, aunque la empresa (Westfield) sea suya, no pasa nada. Menospreció a los deudos de La Cantuta y Barrios Altos cuando estos le pidieron audiencia, (para intentar calmar su indignación dispuso que se les indemnice a través de la creación de un fondo de 33 millones de soles). Tampoco apareció para consolar a los deudos de los muertos en el accidente de Pasamayo. Hasta el cierre de esta columna, solo lo había hecho en cambio para la partida simbólica del Dakar, mientras el país continúa en ¿piloto automático?, sin Gabinete. Cada vez son menos los que creen en el “viejito bonachón” (Borea sic.) que le sirve de coartada.