crítico. Vargas Llosa con las diversas formas de la invención de sus obras ha asediado la realidad, la violencia que incuba la sociedad contemporánea,Christian Reynoso En 2010, cuando Mario Vargas Llosa recibió el Premio Nobel de Literatura, cientos de estudiantes universitarios salieron a las calles de Puno, ataviados con pancartas y fotos del escritor, para llevar a cabo una marcha de celebración. Desde luego, a nivel nacional, la noticia fue bien recibida por los peruanos y la comunidad académica y artística, más allá de los tintes ideológicos. Se trataba, pues, de (re)valorar la obra literaria de Vargas Llosa. Veinte años antes, en febrero de 1990, Vargas Llosa había sido apedreado en el estadio Torres Belón de Puno. Era entonces candidato presidencial y sus operadores políticos le recomendaron ir a ver el concurso de danzas de la Festividad de la Candelaria. Los espectadores se sintieron ofendidos, pues vieron en ello una intencionalidad política que contaminaba la tradición religiosa. Lanzaron, entonces, una lluvia de piedras y mazorcas de maíz desde las tribunas. Este rechazo se expresó también en las urnas. En la segunda vuelta electoral de junio de 1990, Puno fue el lugar donde el escritor obtuvo la más baja votación (13.32%) y Alberto Fujimori la más alta (86.68%). Años después, en El pez en el agua (1993), Vargas Llosa escribió, con relación al rechazo que tuvo en las regiones campesinas que, en Puno “uno de los departamentos más miserables (y más ricos en historia y en belleza natural del país)”, todas sus giras “fueron objeto de violentas contramanifestaciones”. Ello por “la resistencia del campesinado… a dejarse convencer” por sus reformas liberales. También, reconoció, por su “propia incapacidad para formular este mensaje de manera convincente”. Es pues la confesión de Vargas Llosa como hombre político que intenta analizar en perspectiva aquello que vivió en carne propia ante el rechazo electoral de una población, pero diferente ha sido el camino que ha seguido como hombre creador de ficciones. Si nos referimos a algunas de aquellas novelas en las que ha explorado las relaciones del poder y lo político veremos que ha conseguido un acercamiento con el espectro siempre difuso, ambiguo, pero también de una pasión incontrolable como es el poder y lo que simboliza. Si en La ciudad y los perros (1963) estamos ante la lucha y hegemonía por el poder dentro de un espacio cerrado –el colegio militar Leoncio Prado–, en Conversación en La Catedral (1969), a partir del trasfondo del gobierno de Manuel A. Odría, estamos ante la decadencia de un poder que ha arrastrado consigo también la ruina de un sistema político y ciudadano. Esto se ampliará, más adelante, en una visión aún más descarnada y totalizadora de los extremos a los que puede llegar la conservación del poder a través de la violencia como nos muestra en La Fiesta del Chivo (2000), y los sucesos que giran alrededor de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana. Pero también el poder puede leerse como la metáfora del paraíso perdido, en tanto, este se vuelve una utopía que, no obstante, nos seduce porque trasciende nuestra sensibilidad y nos procura la certeza de querer hacer realidad nuestras convicciones, tal como nos lo demuestran Flora Tristán y Paul Gauguin en aquel hermoso canto a la libertad titulado El paraíso en la otra esquina (2003). Así también en El héroe discreto (2013), se nos muestra el auge del poder económico en un Perú encausado en el crecimiento, pero que es trastocado por otro tipo de poder, más bien de tipo lumpen que se contamina además con el poder del erotismo y la pasión. Otra forma de acercarse al poder. De esta forma, la novelística vargasllosiana puede ser leída como un prisma rico en matices acerca del poder en sus más diversas manifestaciones y el hecho político que lo caracteriza. Nos acerca pues a un territorio en el que la imaginación se rebela como un todo que nos permite comprender y vivir. ❧