En su columna del domingo, Augusto Alvarez Rodrich sostiene que el antifujimorismo es “la agrupación política informal más grande” de nuestro país; estoy de acuerdo, pero sin llegar a ser una estructura, menos un antipartido. Carlos Meléndez le da al antifujimorismo más fuerza de la que tiene: sugiere que el indulto es un falso dilema para PPK, porque serían los “ideólogos del antifujimorismo” quienes “temerariamente” acosan al Ejecutivo, llevando al extremo la gobernabilidad.A ver, calma… Es totalmente desproporcionado decir que el antifujimorismo está llevando al presidente Kuczynski al paso hacia el abismo de la ingobernabilidad acosándolo con el indulto; si se percibe desorden y caos en nuestra institucionalidad es por la impericia política del presidente y sus ministros para poder sortear los jaques de Fuerza Popular reinando en el congreso. Por otro lado, es totalmente desproporcionado sostener que el antifujimorismo es una fuerza política que equilibra el juego de poder. Al parecer, el antifujimorismo, sea lo que sea, solo aparece en las segundas vueltas electorales para hacer un peso decisivo, pero eventualmente se esfuma en miles de opciones diferenciadas. A menos que el indulto salte a la agenda.Fuerza Popular, como partido, se está alejando poco a poco, de ser solo fujimorista, entendiendo al fujimorismo como una suerte de sentimiento autoritario que exige de los años 90 solo recordar lo que le conviene, olvidando el montesinismo, los vladivideos, los “diarios chichas”, el transfuguismo compulsivo por unos cuantos billetes verdes, y persistiendo en la osadía de considerarse los vencedores del terrorismo. Esto se puede comprobar con el escaso afán por sacar a Alberto Fujimori del Fundo Barbadillo, a menos que sea para pulsear a PPK. La renuncia de Patricia Donayre, de alguna manera, vuelve a ser el síntoma de este crecimiento del autoritarismo en otros terrenos. Si el fujimorismo es un sentimiento autoritario que busca ser opción política, utilizando todas las estrategias de la política muy a su pesar; el antifujimorismo es un élan, un sentimiento de reacción, una contrapropuesta que se mantiene activa en las redes sociales a partir de la indignación, la ironía, la paciencia y la resistencia a olvidar a quienes el Perú nunca debería olvidar: las víctimas. Precisamente son las madres, hermanas, hijas, padres e hijos de las víctimas los que mantienen, a pesar del desánimo, del maltrato del Estado hacia ellos y sus familiares asesinados, carbonizados, quemados, rociados con kerosene y tragados por la tierra.Si Raida Cóndor, con sus 71 años, sus dolores desgarrados de madre que nunca podrá dar sepultura a su hijo Armando; o si Gisela Ortiz, con sus casi nueve meses de embarazo, y su desesperación perenne frente a la desaparición de su hermano mayor, saldrán a las calles para pedir que la justicia sea justa, ¿por qué yo no lo haría?, ¿por qué no lo harías tú que lees estas líneas?Este viernes 7 de julio, los que salgamos a las calles no lo haremos por odio sino por amor. Amor a los que han partido siendo cruelmente asesinados y cuya dignidad se mide por la justicia que este país puede o no puede entregarles. Eso es mucho más que un simple antifujimorismo: es un clamor por integridad.