No me he equivocado. No hablo de las islas Malvinas que son propiedad indiscutible de la Argentina y que hoy, junto con Puerto Rico, son expresiones y piezas arqueológicas del vetusto colonialismo en nuestra región. Hablo más bien de nuestras “Malvinas”, aquellas que hay en Lima y en el resto del país, que nos recuerdan tanto nuestro pasado como nuestro presente. Y es que en realidad, lo sucedido en el centro comercial Las Malvinas, más allá de la tragedia y el dolor que provoca la muerte de inocentes, es también una suerte de metáfora de lo que hoy somos. Un país a la deriva y donde millones de peruanos luchan todos los días por sobrevivir a costa de sus propias vidas. El primer dato es que ese centro comercial antes fue la fábrica Nicolini, lugar de trabajo de cientos de obreros que, seguramente, tenían un sindicato que les permitía luchar por sus derechos. Un espacio que expresaba nuestra modernización y modernidad al mismo tiempo. Hoy, ese mismo lugar, es una suerte de monumento a una informalidad que muestra su rostro más cruel y que nos recuerda, sin exagerar, los obrajes de la época colonial o los inicios del capitalismo del siglo XIX en Inglaterra. “Cuando este chico tenía siete años, solía llevarle a hombros sobre la nieve y trabajaba casi siempre ¡16 horas diarias!.. No pocas veces, tenía que arrodillarme para darle de comer junto a la máquina, pues no podía abandonarla ni pararla…. (en esta industria) 250 tenían menos de 18 años, 50 menos de 10, 10 menos de 8, y 5 no habían cumplido aún los 6 años. Jornadas de trabajo de 12 a 14 y 15 horas, trabajo nocturno, comidas sin hora fija y casi siempre en los mismos lugares de trabajo apestando a fósforo”. Esta cita de Carlos Marx la encontramos en el capítulo “La Jornada de Trabajo” del tomo uno de El Capital y describe la situación de hace dos siglos de los obreros ingleses, desterrada hace buen tiempo en ese país y en muchos otros, se puede aplicar, por ejemplo, a los niños y niñas empleados en los lavaderos de oro en Madre de Dios, a lo sucedido en “Las Malvinas”, o a los y las trabajadoras que laboran en algunas microempresas como lo muestra descarnadamente Pilar Flores en su facebook que describe el primer día de trabajo en un taller en Gamarra. El segundo dato es el fin del mito de la informalidad y del informal como espacio de igualdad y sujeto del desarrollo económico nacional. No solo porque el umbral de lo legal e ilegal es difícil de identificar y, por lo tanto, fácil de traspasar, o porque se fabrican o se venden productos “bambas”, como hemos “descubierto” en el centro comercial “Las Malvinas”, sino también porque son espacios de sobreexplotación y donde la jornada de trabajo llega a superar fácilmente las doce horas por pagos menores al sueldo mínimo. Un espacio sin derechos y sin igualdad. Tanto los “containers” de Las Malvinas como los sótanos de Gamarra que mostró un reportaje televisivo son lugares donde, como dice Marx, “Dante encontraría superadas sus fantasías infernales más crueles”. La expansión y permanencia de la informalidad construye mundos paralelos donde los grupos e individuos no conviven y sí más bien coexisten. No se tocan. Una suerte de línea imaginaria nos divide y nos impide reconocernos como iguales. Mientras muchos sobreviven otros pocos viven. Y esa separación se hace cada vez más grande. No es extraño que uno de los sectores que más se ha “modernizado” en este país sea el crimen organizado, como lo demuestra la reciente captura de la banda “Los Babys de Oquendo” que tenía como unos de sus miembros al jefe policial de la División del Crimen Organizado. Algo parecido, guardando distancias, se puede decir de los lobbies. Diferentes expertos, analistas y congresistas como Mauricio Mulder han dicho que la informalidad es consecuencia de la llamada “tramitología”. Este es otro mito que, finalmente, se ha derrumbado. Lo que ha vivido y vive el país todos estos años de herencia fujimorista es una liberalización sin orden alternativo, con poco Estado y con un mínimo de autoridad como lo demuestra la desastrosa gestión de Castañeda y la actuación de los organismos reguladores. La idea de que el mercado se autorregula y que construye la sociedad ha naufragado. Y eso es lo que se ha evidenciado en el centro comercial “Las Malvinas”. El naufragio de un país. Tanto los “containers” de Las Malvinas como los sótanos de Gamarra que mostró un reportaje televisivo son lugares donde, como dice Marx, “Dante encontraría superadas sus fantasías infernales más crueles”.