La declaración de Angela Merkel fue contundente: “Los europeos tenemos que tomar nuestro destino con nuestras propias manos, por supuesto en amistad con Estados Unidos, con el Reino Unido, y, como buenos vecinos donde sea posible, también con otros países, incluso con Rusia”. Su conclusión no deja lugar a dudas: “los días en que Europa podía contar con otros están terminando”. Luego, han continuado las declaraciones agresivas del Presidente Trump contra Alemania. O sea que mientras Gran Bretaña parece querer volver a su antigua postura del “espléndido aislamiento”, los Estados Unidos retoman el testamento de Washington y la abstención frente a la política europea y mundial. El retiro del Acuerdo de París sobre el cambio climático, formalizado anteayer, confirma el aislamiento total del gobierno norteamericano y su irresponsabilidad frente a la humanidad y frente a su propio destino nacional.Por supuesto que esta deserción podría ser solo un paréntesis que dure lo que la presidencia de Trump, tan cuestionada desde dentro y desde fuera del país. Pero, de todas maneras, junto con el Brexit, marcan el punto final de siete décadas en que los gobiernos europeos identificaron la política paneuropea con la política atlántica. Es decir que optaron por integrarse entre sí y hacerlo como parte del bando encabezado por EEUU. De esta alineación fue pionero Churchill, autoridad principal del Congreso de La Haya, que, en 1948, inició el largo proceso de construcción de la Unión Europea. Y esta misma alineación era compartida por Konrad Adenauer, el “viejo” antecesor de Angela Merker, primer canciller de la República Federal Alemana y fundador de su partido, la Unión Demócrata Cristiana. Pero hubo europeos que se opusieron a esta identificación entre política europea y política atlántica. El más gravitante de ellos fue Charles de Gaulle, quien propugnaba una “Europa europea”, en la que no se diluyeran las soberanías nacionales y que pudiera funcionar como tercera fuerza, independiente tanto de los Estados Unidos como de la Unión Soviética.Una de las consecuencias más relevantes de la postura de De Gaulle afectó precisamente a Gran Bretaña. Los británicos no habían querido participar en el proceso inicial de construcción de la Comunidad Económica Europea. Recién en 1961 propusieron iniciar negociaciones para incorporarse a ella. Pero tales negociaciones tuvieron que interrumpirse debido al veto personal del Presidente de Francia. De Gaulle fundó su veto en las “especiales relaciones” entre el Reino Unido y los Estados Unidos, consideradas incompatibles con el proyecto europeo en construcción. La incorporación británica solo se produjo cuando de Gaulle dejó el poder en Francia.De manera que ahora, al retirarse voluntariamente Gran Bretaña de la Unión Europea, y al definir agresivamente los Estados Unidos su distanciamiento de Europa, se cumple póstumamente el deseo gaullista, no por rechazo de los europeos sino por la propia voluntad de británicos y americanos.Pero, al mismo tiempo, y para perjuicio de la UE, se fortalecen las posiciones nacionalistas, que prefieren la cooperación a la integración. Y este era el eje del nacionalismo gaullista. La “Europa de las Patrias” según la expresión usada por Michel Debré, contra el “método Monnet” que rigió todo el proceso europeo desde la constitución de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero en 1951. Así que la sombra del legendario general francés vuelve a la escena de hoy por angas o por mangas y el orden mundial se reafirma en las incertidumbres de la apolaridad.