La semana pasada escribíamos en esta columna acerca de la normalización de lo abyecto en nuestra sociedad. Hoy siento la necesidad perentoria de balancear ese trabajo de lo negativo. Uno de los lugares en donde se encuentra una resistencia permanente, casi heroica, contra esa fuerza regresiva que nos está colocando al filo del abismo, es el teatro. En cartelera se encuentran ‘Pájaros en llamas’, de Mariana de Althaus. ‘Discurso de promoción’, de Yuyachkani o ‘El curioso incidente del perro a medianoche’, de Simon Stephens, dirigida por Nishme Súmar, por citar solo tres puestas notables en escena. Es a esta última obra que voy a referirme, toda vez que el último jueves tuve el privilegio de moderar el foro después de la función, en el teatro La Plaza. Se trata de una novela de Mark Haddon, adaptada por el dramaturgo Stephens y en el Perú por Daniel Amaru Silva. De modo que pasamos de Londres a Lima y a Ica. Y Christopher, el protagonista, se llama Cristóbal. Y es autista. Aquí comienza el viaje del espectador: en la mente de un chico hipersensible, con unas inmensas dificultades para integrarse a una sociedad que no entiende el código de sus reacciones emocionales. Por lo tanto, hace lo más “práctico”: lo rechaza. Sin pretenderlo, Cristóbal representa a todas las minorías excluidas por la intolerancia, la ignorancia, el miedo. En ‘La nave de los locos’, del Bosco, se metía a la fuerza en un barco a todos los considerados mentalmente incurables y se los enviaba por el río, sin destino. En nuestro país, la homofobia, el desprecio a los grupos LGTBI o el racismo embarcan en un navío de “prejuicios, estereotipos e intolerancia” (Nishme Súmar), a todos aquellos que desafían los estrechos límites de nuestro conocimiento. Los considerados locos no son la excepción. La formidable actuación de Emanuel Soriano haciendo de Cristóbal –tuve que pedirle durante el foro que hable para convencerme de que había estado actuando– nos lleva al corazón de la intolerancia. Y nos interpela. ¿Estamos mejor sin personas diferentes? O es más bien a la inversa. Requerimos de sensibilidades distintas para recordarnos que la calidad de nuestra convivencia depende del trato que le demos a quienes nos confrontan con nuestra frágil condición. “La locura, decía La Rochefoucauld, el gran moralista francés del siglo XVII, nos sigue en todos los tiempos de la vida”. Por eso, cuando Cristóbal emprende su viaje iniciático por la avenida Aviación, la gente en la calle lo llama “enfermito” y lo maltrata. Como lo agreden los ruidos, la suciedad, el caos de nuestra urbe sin gobierno. Pero Cristóbal, cuya mascota lo acompaña como un objeto transicional, no ceja y, ayudado por un policía empático y solidario a su manera, llega a donde se ha propuesto. Al hacerlo, nos demuestra que no todo está perdido. Que juntos podemos encontrar la valentía para salir de este entrampamiento contaminado de envidia y odio. Y prevalecer.