Los últimos escándalos de corrupción y de violaciones de derechos humanos que presuntamente involucran a ex presidentes de la República colocan en estado de alerta a la opinión pública peruana. La mayoría de las organizaciones políticas con representación en el Congreso cuentan con una cuestionable trayectoria en cuestiones de probidad y moral pública: compromisos autoritarios, problemas pendientes en cuanto al respeto de los derechos humanos y ausencias en políticas de memoria y de reparación de las víctimas de la violencia. Un corrosivo escepticismo frente al futuro de nuestro sistema político pareciera pues fortalecerse al interior de nuestra sociedad.Esta grave situación ya mueve a algunos ciudadanos a declarar “¡Que se vayan todos!”, a rechazar a los políticos como tales y a abrigar la esperanza de que emerja un outsider, un desconocido sin experiencia política que prometa gobernar con suma severidad e intransigencia frente al crimen. La experiencia de los últimos veinticinco años nos enseña sobre los riesgos que implica elegir a un outsider como presidente de la República. Fujimori y sus aliados constituyeron una dictadura corrupta, cuyas malas prácticas han generado daño a la sociedad del que todavía no nos hemos repuesto por completo. Los gobiernos de los últimos años no han propuesto reformas estructurales ni han recogido la energía de la transición democrática en materia de lucha contra la corrupción y recuperación de la memoria histórica en temas de derechos humanos. Los partidos políticos, por su parte, no han superado la situación de debilidad institucional provocada por el descrédito de la política predicado durante el fujimorato. Han reproducido liderazgos autoritarios, descuidado la discusión ideológica y renunciado a la formación intelectual de sus cuadros.La precariedad de los partidos políticos y la tentación de las aventuras electorales de corte personalista ponen en severo riesgo la viabilidad de la democracia. Urge renovar la política en el Perú. Se espera que militantes jóvenes asuman posiciones de mayor responsabilidad en sus agrupaciones, examinen las ideas de sus fundadores y las pongan a prueba desde las actuales condiciones del país. El pseudo “pragmatismo” que predica una supuesta “neutralidad” frente a creencias morales y valores políticos con el fin de “atacar directamente los problemas” resulta engañoso y perjudicial para una sociedad democrática. Ningún proyecto razonable de país puede construirse sin valores públicos.Necesitamos partidos políticos coherentes con idearios y organizados desde una visión clara del Perú, pero también requerimos de una sociedad civil pensante y bien dispuesta para la vida cívica. Las universidades, los gremios y los sindicatos, debieran contribuir al fortalecimiento de la democracia y construir espacios en los que se discutan y promuevan los principios de la moral pública y los cimientos de una cultura política estrictamente republicana. La crisis que vivimos nos interpela como sujetos políticos y sociales y no existe otra forma de superarla que convocando a la sociedad en su conjunto. Recurramos a nuestro sentido de justicia y solidaridad, para guiar nuestras prácticas e instituciones. Solo apelando a aquello que Habermas llama “energía utópica” –la confianza en nuestra capacidad transformadora de nuestro entorno– este tipo de crisis podrán ser resueltas en el ámbito de la praxis social y política.