Que no se puede vivir del arte es una afirmación firmemente asentada en el sentido común. En un mercado cultural tan limitado como el peruano no hay una demanda suficiente como para sostener grupos culturales, y más específicamente teatrales, permanentes. Al Estado la palabra “cultura” le suena a botar el dinero. El sector privado por su parte da un aporte limitado a la cultura, que obviamente no va dirigido a los grupos que tienen una posición crítica. Estamos, por eso, condenados a la precariedad y no hay nada que hacer. ¿O sí? En verdad, existen colectivos que, sublevándose contra la terca realidad, deciden vivir del y por el arte, en una lucha desigual, que demuestra que la pasión –acompañada de decisión, talento y capacidad de gestión– puede imponerse sobre lo que dicta la fría racionalidad instrumental. Son destacados ejemplos de este camino Yuyachkani y Aranwa, grupo cuyo último montaje motiva estas líneas. Aranwa (cuento, leyenda, pero también teatro y anfiteatro, en quechua) es un grupo teatral creado y animado por una familia: Jorge “Coco” Chiarella Krüger, actor y director, su esposa la dramaturga Celeste Viale Yerovi y su hijo, Mateo Chiarella Viale, un destacado director teatral. El grupo desarrolla una amplia actividad que no solo abarca montajes, sino la formación teatral en actuación, dirección y dramaturgia. Quien revise su blog encontrará testimonios del impacto que tiene esta labor pedagógica. Un paso decisivo en su desarrollo institucional fue construir su propia sala teatral, un espacio sobrio y acogedor al que le dieron el nombre de Ricardo Blume, en homenaje a nuestro primer actor. Los montajes de Aranwa se destacan por un cuidado que diría es dictado por un amor de artesano, puesto en cada detalle. Su repertorio es muy amplio y combina la puesta de obras de dramaturgos destacados con el montaje de creaciones propias, así como la adaptación de obras literarias clásicas. Su “Moby Dick”, obviamente inspirada en la sobrecogedora novela de Herman Melville, es una buena demostración de las posibilidades que abre este intercambio entre distintos géneros literarios. Aranhua no le huye al conflicto social y a las tensiones de nuestra época. El grupo ha abordado el secular tema del racismo con su puesta de “La controversia de Valladolid”, de Jean-Claude Carrière bajo la dirección de Jorge Chiarella, que dramatiza el debate de fray Bartolomé de las Casas y Ginés de Sepúlveda, sobre la naturaleza de los indios americanos y si estos debieran ser tratados como plenamente humanos. “En la Calle del Espíritu Santo”, obra de Celeste Viale, puesta en escena por Mateo, explora a partir de un caso real las tensiones étnicas y raciales que desgarraban a la población negra de la Lima colonial. Aranhua estrena ahora “La pícara suerte”, un juguete cómico sentimental de Leonidas Yerovi, en homenaje por el centenario de su muerte. La obra testimonia el extraordinario talento de Yerovi y nos sumerge en los divertidos enredos sentimentales de una Lima de inicios del siglo XX que no es del todo distinta de la Lima de hoy. “La pícara suerte” tiene una historia singular. Fue escrita por Leonidas Yerovi cuando radicaba en Buenos Aires y fue llevada a escena en la misma ciudad en 1914, permaneciendo en cartelera 10 días. El asesinato de Yerovi a su retorno al país hizo que no llegara a estrenarse en Lima. Con el correr de los años se extravió parte del manuscrito y la obra fue dada por perdida. El empeño de Mateo, bisnieto de Leonidas Yerovi, permitió ubicar páginas extraviadas del texto en un viejo archivo familiar y realizar la excelente puesta en escena que ahora nos presenta. “Yerovi no es vigente hoy, me dice Coco Chiarella. Él captó la esencia de una forma de ser nuestra y eso lo hace intemporal, ahora y siempre”. Mateo me llama la atención sobre un risueño retrato que exhiben en su galería, donde posa su bisabuelo Leonidas junto con el escritor Guillermo Blume. “Guillermo es abuelo de Ricardo Blume, a cuya memoria está dedicada esta sala”, apunta. “Esto parece una memoria teatral tribal”, le digo. Mateo asiente.