El anuncio de Keiko Fujimori de presentar un Hábeas Corpus para lograr la liberación de Alberto Fujimori es una manera de responder a las múltiples presiones que hoy enfrenta no solo de parte de su hermano, Kenji, y de su propio padre, sino también de sectores del fujimorismo. E, incluso, como muestran las encuestas, de una opinión pública más permisiva frente a la posibilidad de su liberación. A ello, habría que sumarle que al escoger este camino, evita que la confrontación con el gobierno tenga como causa principal la libertad del padre.Adicionalmente, el instrumento legal que pretende utilizar Keiko Fujimori muestra que no está muy interesada en su inmediata liberación. Lo que hace es “patear” el problema hacia adelante ya que este procedimiento puede durar más de seis meses. Keiko sabe o es consciente de que la libertad del padre le traerá más problemas al interior del fujimorismo que podrían terminar no en una división pero sí cuando menos en un cuestionamiento de su liderazgo, que ha construido pacientemente en estos años. No sería extraño que el padre, una vez liberado, se ponga por encima de los hijos e intente encabezar Fuerza Popular. Por eso Keiko a diferencia del pasado en que optó por el padre, cuando se dio el conflicto y luego la ruptura entre el padre y la madre, esta vez ha optado por ella misma. Es decir, por ser la jefa indiscutible de su propio partido.Keiko Fujimori ve al fujimorismo actual como una suerte de creación propia. Optó, al igual que Marine Le Pen en Francia, por tomar una cierta distancia del padre. Es decir, limpiarse, hasta donde podía, de un pasado no solo ominoso sino sobre todo de una herencia política que si bien es importante para sus seguidores, se mostró insuficiente para ganar las últimas elecciones. Su derrota, por apenas un poco más de cuarenta mil votos en la segunda vuelta por un candidato débil que apenas llegó al 20 por ciento en la primera y sin partido, le demostró, más allá del dolor y amargura provocados, que estaba en el camino correcto y que, por lo tanto, había que persistir en esta tarea de diferenciación.Su idea de crear un “fujimorismo renovado”, con algunas caras nuevas (en verdad, no tan nuevas cuando vemos a Lourdes Alcorta, Karina Beteta y Luis Galarreta que nos recuerdan que el transfuguismo existe; u otras como Cecilia Chacón y Héctor Becerril que se empeñan en decirnos que la prepotencia es uno de los atributos del fujimorismo), hoy, ese esfuerzo comienza a evidenciar problemas ante la demanda de que liberen al padre. A diferencia del pasado, cuando el control absoluto del Congreso por Alberto Fujimori era uno de sus principales instrumentos para gobernar y cubrir al autoritarismo de un supuesto manto democrático –por eso cuando pierde el control del Legislativo se fugó al Japón–, hoy la cosa es diferente. En los años noventa la mayoría fujimorista en el Congreso tenía sentido porque estaba “acompañada” de otros controles: el Ejecutivo, el Poder Judicial, la mayoría de los medios de comunicación, las Fuerzas Armadas, los aparatos de inteligencia, etc. Es decir, el Congreso era parte de un engranaje mayor que no era otra cosa que un régimen autoritario. Hoy no estamos frente a un régimen autoritario, sino frente a uno democrático más allá de su debilidad, imperfección y precariedad. Por eso el control del Congreso tiene sus riesgos que son al mismo tiempo los límites de Keiko y del fujimorismo renovado, más aún cuando ella, en la práctica, es jefa de la bancada.En este contexto Keiko enfrenta no solo una serie de problemas sino que también está frente a dilemas que la vuelven más frágil y vulnerable políticamente. Uno de estos dilemas es lo que llamamos la “Paradoja de Robespierre”, que la encontramos en la película Danton del polaco Andrzej Wajda, cuando Robespierre, en medio del juicio a Danton, acusado de participar en un complot contrarrevolucionario, dice: “Si gana Danton, pierde la revolución, y si pierde Danton, pierde también la revolución”. Hoy Keiko puede decir algo parecido: “Si liberan a Alberto, pierdo mi liderazgo y se divide el fujimorismo, y si no lo liberan también pierdo e igual puede agudizarse la división”. Por eso le queda como premio consuelo censurar a uno o a los dos ministros (Vizcarra y Basombrío) que en pocos días serán interpelados en el Congreso. Así como bloquear la propuesta de reforma electoral planteada por el gobierno. Y ello, antes que un signo de fortaleza, es un signo de debilidad.