Este fin de semana participé en el Consejo de Presidentes de la Federación de Psicoanálisis de América Latina (Fepal), en Lima, cuyo presidente es nuestro compatriota Roberto Scerpella. El cónclave se clausuró con la lectura de la carta enviada por Luisa Álvarez, actual presidenta de la sociedad psicoanalítica de Caracas. Por tercer año consecutivo, ningún representante venezolano ha podido acudir a la citada reunión. Las razones son fáciles de deducir: precariedad económica, inseguridad, miedo. En su carta, Luisa nos informa que el 40% de los psicoanalistas de su sociedad han emigrado, en busca de mejores condiciones de vida, por no hablar, lisa y llanamente, de supervivencia. Cito el caso de los psicoanalistas porque es lo que conozco de primera mano. Colegas, amigos, están atrapados en ese infierno, al lado de millones de venezolanos desesperados. En la citada carta nos piden que los ayudemos a tener acceso a materiales de lectura de nuestras bibliotecas virtuales, pues en su país, en donde escasea dramáticamente la comida, ya se imaginarán lo que ocurre con los libros. Cerrar el Consejo de Fepal con la lectura de esa carta nos dejó a todos, creo, con una sensación de tristeza e impotencia que, seguramente, continuamos intentando elaborar, como yo lo hago al escribir esta nota. Leo en El Comercio el artículo de María Corina Machado (“Venezuela hacia la libertad”) y atisbo un fulgor de esperanza. Los venezolanos están luchando contra una dictadura feroz y corrupta, si me permiten el pleonasmo. La esperanza proviene de saber que Maduro y su régimen de podredumbre y crimen están arrinconados. La inquietud reside en saber que este tipo de pulsiones destructivas no serán erradicadas sin una dosis elevada de sacrificio. Corina Machado nos previene acerca de ese peligro y pide apoyo a toda la comunidad internacional. Este es un pedido al que no se puede responder con medias tintas. Mucho menos, como lamentablemente lo hizo buena parte de la izquierda peruana, con omisiones y silencios cómplices, por no hablar de todos aquellos que respaldaron al chavismo. De mis años en Francia –disculpen esta insistencia pero fueron muchos y muy significativos– recuerdo haber leído en la prensa sobre un delito que me marcó: non assistance à personne en danger (no ayudar a una persona en peligro). Tengo para mí que esto aplica, por lo menos en un sentido ético, a los países hermanos o amigos. Leer los relatos de lo que está sucediendo en las calles de Caracas, en donde los venezolanos se están enfrentando en una terrible desigualdad de condiciones a las bandas armadas de Maduro, es desgarrador. Corina Machado propone una serie de medidas muy razonables para salir del entrampamiento y construir una Venezuela en donde se pueda vivir con dignidad. Ojalá puedan escuchar ese alegato de libertad, con la misma emoción con que los psicoanalistas escuchamos la lectura de la carta de nuestra colega venezolana.