Esteban Caballero* En América Latina y el Caribe hay 112 millones de jóvenes mayores de 10 y menores de 20 años, los cuales representan un 18% de la población total . Sin embargo, las políticas dirigidas a este grupo de edad no han adquirido el mismo peso y relevancia que aquellas diseñadas para los primeros cinco años de vida. Si hemos logrado salvar un niño de la desnutrición en la primera etapa, ¿por qué hemos de dejar al adolescente en el que se convirtió quedarse sin una educación secundaria de calidad? La pregunta puede parecer obvia, pero desafortunadamente tiene validez. La adolescencia constituye una etapa clave en la vida, caracterizada por rápidos y variados cambios biológicos, emocionales y sociales, pero desatendidos por las políticas de salud pública. Ello contrasta con lo que los estudios señalan respecto de la importancia de aprovechar la plasticidad neurocerebral y la facilidad para asimilar cosas nuevas, que tienen los adolescentes . La educación secundaria de calidad es uno de los ejes de la inversión en la vida adolescente. Desde el punto de vista curricular y pedagógico, pero también pensando en ámbitos escolares seguros, en los que se pueda debatir cómo enfrentar el desarrollo de la autonomía, la sexualidad, y las relaciones de género. El eje hogar, comunidad, escuela, Gobierno local y Estado pasa a ser clave en todo lo que se refiere a prevención y protección de los adolescentes. Como así también lo son los medios y las redes sociales. Los adolescentes se convertirán en electores, mayores de edad, quizás padres de familia, trabajadores, emprendedores; y la calidad de las etapas de vida subsiguientes a las de la adolescencia se verá influenciada por el modo como se crean y se aprovechan las oportunidades de los 10 a los 19. Entre las prioridades para ese grupo de edad debemos señalar que la región registra las tasas de fecundidad adolescente más altas del mundo después del África subsahariana. La salud sexual es clave para resolver este punto. En las áreas rurales la educación secundaria de calidad es aún precaria e insuficiente. En las urbes hay preocupantes niveles de desgranamiento y deserción, al tiempo que acechan redes del crimen organizado que buscan reclutar jóvenes condenándolos a una vida en conflicto con la ley. Afrontar estos desafíos ayudará a fortalecer la empleabilidad de la gente joven, afrontando así el otro escollo que es el desempleo juvenil. No olvidemos que la inseguridad ciudadana viene acompañada por la violencia sexual hacia las niñas y jóvenes, con mayor impunidad en países con instituciones del Estado débiles. Situación que sin duda se acentúa para las más pobres, migrantes, indígenas y afrodescendientes. Hay que construir un nuevo consenso que resalta la importancia de la inversión en la gente joven. (*) Director regional del UNFPA para AL y el Caribe.