Durante la campaña leí diversos comentarios reclamando que desde la academia no se ha estudiado al fujimorismo. Si bien comparto la idea de que hay mucho por estudiar del fujimorismo actual, creo que es exagerado señalar que no hay trabajos sobre el tema. Y conocer esos estudios es fundamental para las nuevas investigaciones. En los noventa, el fujimorismo atrajo la atención de diversos investigadores, muchos del mundo anglosajón. Cotler, Degregori, Grompone, Kenney, Levitsky, Murakami McClintock, Roberts, Schmidt, Tanaka, Vergara, Weyland, entre otros, tienen artículos y libros que tocan el ascenso, estabilidad y caída del fujimorismo. Y también hay libros editados por Conaghan, Carrión, Crab­tree y Thomas con miradas globales a ese gobierno. Muchos de estos trabajos ponen el caso peruano en una perspectiva amplia, comparada, señalando su relevancia para temas como régimen político, partidos políticos, reformas de mercado, violencia y derechos humanos, impacto y uso político de programas sociales, corrupción, vínculos del Estado con actores ilegales, entre otros. Hay dos aspectos discutidos en estos primeros trabajos que me parece fueron muy relevantes en esta elección y pueden inspirar nuevas investigaciones. Los estudios de Alberto Fujimori como líder populista (Roberts, Weyland), la composición de las élites fujimoristas (Degregori y Meléndez) y los referidos a los vínculos entre Estado y ciudadanía, permiten analizar cómo ha cambiado el fujimorismo desde esos años. ¿Quiénes son sus votantes, qué elites lo apoyan, cómo se relaciona con la sociedad? La relación que plantea el fujimorismo con la ciudadanía sigue siendo personalista, pero con más organización partidaria que en los noventa. Paradójicamente, el movimiento antipartido es hoy el partido más organizado del Perú y que más esfuerzos ha hecho por construir organización. Ya hay algunos trabajos que exploran la organización y sus votantes, pero sin duda estamos en deuda. Adriana Urrutia, por ejemplo, estudia en sus trabajos la organización de base fujimorista, sus creencias y formas de participación en el partido. Por el lado de las élites, está la tesis de pregrado de Melissa Navarro donde se documenta la creencia compartida por un sector de la dirigencia respecto de una supuesta persecución en su contra, y cómo ello los unifica. Más recientemente Milagros Rejas, también en su tesis de pregrado, estudia los conflictos internos de la organización y su relevancia para la construcción partidaria. Por el lado de los votantes, Carlos Meléndez analiza en su tesis doctoral la identidad fujimorista y antifujimorista en el Perú. Si vemos que el Sur rural, donde PPK no obtuvo casi votos en primera vuelta, vota a su favor en segunda vuelta podemos apreciar la fuerza de este anti. Falta conocer bastante más sobre los vínculos entre fujimorismo y élites informales e ilegales, un trabajo tanto para la academia como para el periodismo (y no exclusivo del fujimorismo, claro). Asimismo, me parece muy relevante explorar la relación entre fujimorismo y seguridad. El pasado permite entender por qué esta marca de la seguridad fue muy efectiva en la campaña. La preocupación ciudadana por el tema fortaleció a dicho partido (recuerden los últimos spots de Keiko). Al respecto, puede consultarse el trabajo de Jo-Marie Burt Violencia y Autoritarismo en el Perú, traducido hace ya unos años por el IEP. Burt discute el uso de la seguridad como discurso político por parte del fujimorismo, su legitimidad ganada al llevar al Estado de vuelta al territorio tras la derrota de Sendero Luminoso. Esta bandera de la seguridad, de mano dura, se activó en esta campaña para beneficio del fujimorismo. Al describir el retorno del Estado al territorio por medio de obras, el libro también permite entender por qué el fujimorismo puede presentar un combo “estabilidad de mercado-clientelismo de Estado” que es poderoso entre muchos votantes. Como ven, bastante por explorar para poder construir mejores investigaciones. ¡Disculpen los no mencionados!