(@elzejo) Pedro Pablo Kuczynski, según analizó Eduardo Dargent en entrevista ayer para La República, ha venido a cerrar su currículum de la mejor manera posible. Esto le añade sentido de trascendencia a sus determinaciones, ecuanimidad en sus actos y un panorama amplio otorgado por las experiencias políticas, personales y emocionales en su vida. La dinámica del gobierno, como en períodos anteriores, estará enfocada en la lucha contra la corrupción, el fortalecimiento de la economía, del sector salud y del sector educativo (como ideales a atender de inmediato). Llama la atención, sin embargo, una frase de PPK en la cumbre Alianza del Pacífico, que ha repetido desde que se supo presidente electo: hacer un país igualitario, socialmente desarrollado. Esta premisa no solo implica la cobertura las urgencias citadas. Si hablamos de un país igualitario, tendría que ser en oportunidades de crecimiento y desarrollo. Mientras PPK y su equipo aplican planes y estrategias, las personas han vuelto a su andar cotidiano, lleno de problemas inmediatos; uno de ellos es la convivencia social, consecuencia de la globalización, la migración (externa e interna) y las diferencias entre quienes tratamos diariamente, que presenta el siguiente marco, según Zygmunt Bauman: 1) la separación del otro excluyéndolo, 2) la asimilación del otro despojándolo de su otredad y 3) la invisibilización del otro para que desaparezca de nuestro mapa mental. Estas son formas de rechazo y exclusión que nos muestran un nuevo tipo de pobreza: la del espíritu. Aún somos una sociedad egoísta y poco tolerante. Es aquí donde no solo la educación tiene un rol fundamental: el cultivo del arte en todas sus manifestaciones y el cuidado de la salud mental de la población (en la que, por ejemplo, según informe de Altavoz, un 25,3% sufre trastorno de ansiedad) son fundamentales en la formación de individuos estables y con valores; agentes activos en la búsqueda de una sociedad igualitaria y coherente.