Hace unos días, una encuesta de Datum Internacional daba cuenta de lo que ellos llaman la «segmentación ideológica» en el país. Para esta empresa encuestadora, el 51,6% de los entrevistados se definía como «centro»; el 3,1%, como liberal; 2,5%, conservador; 2,8%, progresista y 39,9% como autoritario. Ser de centro o centrista, según esta encuesta, es «una combinación equilibrada entre Estado y libertad individual». Y si bien esta definición es discutible, la pregunta que deberíamos hacernos es si existen ese famoso «centro ideológico» y los llamados «centristas». George Lakoff, catedrático de lingüística y ciencias cognitivas en la Universidad de California, Berkeley, se hizo conocido por ser autor de un breve pero inteligente libro titulado No pienses en un elefante. Lenguaje y debate político. En él invita a pensar y a resolver de otra manera el debate con los conservadores en EE.UU. Años después publicó Puntos de reflexión. Manual del progresismo en el que plantea la tesis –como en el anterior– de que más importantes son los valores que las cuestiones políticas. Dicho en palabras del autor: «La cuestiones políticas específicas solo son un medio para expresar simbólicamente los valores». Por otro lado, Lakoff presenta una serie de consejos para que el sector progresista logre derrotar al conservador. Uno de estos, que destaco, es lo que él llama «el mito del centro» que conduce a fortalecer al sector conservador en detrimento del progresismo. Son cuatro los mitos del centro: el mito de la etiqueta, el mito lineal, el mito del moderado y el mito de la mayoría silenciosa. Entre ellos, el más absurdo es el de la etiqueta ya que, en palabras del autor, «no existen ni la ideología ni la cosmovisión moderadas, ni una lógica propia de las creencias moderadas». Sin embargo, por sus consecuencias políticas, me interesa resaltar lo que este autor llama el mito «lineal del centro» que se basa en considerar «que todos los ciudadanos están colocados sobre una misma línea que va desde la izquierda hasta la derecha; unos están en los extremos y otros en el medio, según sus posiciones con respecto a temas puntuales». Una de las consecuencias políticas es la creencia de que los «progresistas tienen que acercarse a la derecha» abandonando o escondiendo su ideología. Es lo que podemos llamar búsqueda por la moderación que consiste no solo en «camuflar» las posiciones sino, incluso, relativizar o abandonar los ideales progresistas. En realidad, desplazarse hacia el centro, desde la izquierda, es también deslizarse hacia la derecha. La otra consecuencia es que acercarse al centro significa «dejar de ser auténtico, y los electores perciben la falta de autenticidad». Además, promueve, en sentido positivo, «a los temas y valores conservadores». Un pésimo negocio. Para Lakoff, por lo tanto, no existen «moderados» sino lo que él llama individuos biconceptuales: «Las personas que se autocalifican como moderadas no están en medio entre dos concepciones, sino que son biconceptuales; en algunos aspectos son conservadores, en otros, progresistas». Un ejemplo son aquellos que son progresistas en política, que votan por la izquierda, pero conservadores en temas como el aborto o la unión civil. La teoría de la «biconceptualidad» evita, creo, la derechización de la izquierda. Es también una propuesta que nos dice que la mejor manera de atraer a los electores indecisos, que tienen posiciones progresistas, es «activando, con una visión progresista y con un lenguaje progresista, sus identidades parcialmente progresistas». Me parece que estas ideas, como otras, deben ser útiles a una izquierda que hoy está buscando redefinir qué es «ser de izquierda» y cómo actuar en un régimen democrático. La idea de que el centro ideológico es un espacio que existe, que tiene contenido, es un error. En ese sentido, un buen izquierdista, sin ánimo de promover un radicalismo sin sentido y significado, debe ser siempre un buen izquierdista.