Desde mediados de los años 70, el Estado de Bienestar comenzó a hacer agua en Europa y EEUU. Su fórmula era relativamente simple. El capitalismo solo podría salir adelante con una “economía mixta”: políticas económicas pro-mercado con una dosis importante de participación estatal, tanto en la conducción económica como en la creación de una red de transferencias y apoyos sociales. Una característica central era el ámbito nacional en que se aplicaban sus políticas económicas. Ese fue su fuerte con el New Deal en EEUU en los años 30. Y también después de la II Guerra Mundial. Pero todo cambió con las innovaciones tecnológicas que llevaban al proceso de globalización de la economía mundial. Los procesos de producción se podían llevar a cabo en diferentes partes del mundo y luego el producto final se ensamblaba en la localidad más conveniente. Y los consumidores ya no tendrían que ser principalmente los compatriotas donde antes estaba la fábrica, sino que ahora estarían en el mundo entero y, claro, tendrían los mismos gustos. A la población se le decía que no había que preocuparse puesto que, de un lado, se crearían empleos en otras industrias y, de otro, que los precios de las mercancías bajarían porque vendrían de mercados “más competitivos”, léase donde la mano de obra es más barata. Aquí la clave era la uniformización de los regímenes económicos y comerciales, lo que se logra si se avanza hacia una integración de las políticas nacionales en una sola política internacional. Ese es el sentido de los Tratados de Libre Comercio de segunda generación, donde esas políticas son aprobadas por los Congresos de los países firmantes (lo que va recortando el espacio para implementar políticas nacionales). En síntesis, se trataba de aplicar una política económica que permita el libre flujo de capitales y mercancías por parte de las grandes empresas que controlan más de un tercio de la producción y el comercio mundial. Ese fue el rol del neoliberalismo, encargado de reemplazar al Estado de bienestar, de cuño keynesiano. Los grandes gestores fueron Margaret Thatcher en el Reino Unido y Ronald Reagan en EEUU. Con la caída del muro de Berlín y de la URSS, se agregó munición de grueso calibre a toda la batería anti-Estado y pro mercado. Ya no habría más que hablar ni decir. Durante un tiempo pareció que funcionaba. Pero las innovaciones que nos deberían llevar hacia la sociedad de la información y el conocimiento no han creado los empleos que prometían. No se vislumbra un nuevo ciclo largo de crecimiento como aquellos de la Revolución Industrial, la electricidad y los motores de combustión. Al contrario, tuvimos la gran recesión del 2008 que se ha convertido en crisis sistémica (“estancamiento secular”) y no se vislumbra una salida, ni siquiera con el crecimiento de China y otros países asiáticos. El problema mayor es que se ha agravado la desigualdad económica, sobre todo en los países más ricos. Eso lo hizo notar Thomas Piketty. Y el economista británico Anthony Atkinson, en su más reciente libro llamado, justamente, “Desigualdad” nos dice que el 1% de la población se hace cada vez más rico y que se agrava la pobreza en su país. Estos son los problemas de fondo de hoy y que incluyen el Brexit en el Reino Unido. Lamentablemente, esta reflexión está muy ausente. Se habla solo de una vuelta del nacionalismo y del terror a los migrantes, a lo que se agrega una buena dosis de populismo que encandila a una población más o menos ignorante que no sabe “del terrible daño económico y financiero que se les viene”. Pero ese daño ya está hecho, como en Grecia a la que se sigue obligando a aplicar insensatas políticas de austeridad. No solo eso. Buena parte de la población afirma que, en todo caso, quienes van a sufrir son los “acomodados” de la City. Lo que nos revela una fractura social en aumento. Por ello la salida a esta situación tiene que, 1) revertir la creencia de que el libre mercado es el mejor asignador de recursos. Eso es falso. 2) Enfrentar la revolución tecnológica con políticas que permitan su aprovechamiento por las amplias mayorías. 3) Combatir la desigualdad existente para “salvar al capitalismo de los capitalistas”, como bien dijo Piketty. ¿Es que la globalización liderada por las transnacionales ha ido demasiado lejos? Sí. Y la cosa va para peor: agravamiento del separatismo y nacionalismo homofóbico por doquier. Ese legado del neoliberalismo debe ser encarado con lo que Jeffrey Sachs (1) llama una globalización distinta que le dé un sentido de justicia y oportunidad a la clase trabajadora afectada, cuyas vidas están golpeadas por las crisis financieras y la deslocalización de sus puestos de trabajo. Quizá haya que transitar hacia una economía mixta de cooperación global, ¿no es cierto? (1) https://www.project-syndicate.org/commentary/meaning-of-brexit-by-jeffrey-d-sachs-2016-06