Tomemos dos ejemplos recientes: las elecciones presidenciales en el Perú y el referéndum británico que desembocó en el Brexit, la salida del Reino Unido de la Unión Europea. En ambos casos el miedo desempeñó un papel protagónico. Lo novedoso es que tanto las ciencias sociales como las humanas comienzan a tomar cada vez más en serio el lugar de las emociones. Al punto que se habla de un momento de inflexión al respecto. En el 2014 se realizó en Lyon, Francia, en la facultad de Ciencias Políticas, un conversatorio entre Patrick Boucheron, francés, profesor de historia medieval, y Corey Robin, profesor de ciencia política en Nueva York: “El ejercicio del miedo. Usos políticos de una emoción”. Diversas emociones como la cólera (investigada por Peter Sloterdijk en “La Cólera y el Miedo”), el miedo o incluso la alegría, sobre todo la eufórica, sentidas individualmente pueden, sin embargo, adquirir una dimensión colectiva y afectar, de ese modo, la política. Intuitivamente acaso, esa idea preside mis intervenciones en los medios desde su inicio. En nuestras elecciones estas emociones, en particular el miedo, están encubiertas por el término “anti”: antifujimorismo, antiizquierda, antiaprismo, por citar los más evidentes. Como suele suceder con el miedo, este suele venir asociado con la rabia, como en el caso de la homofobia. Ahora bien, el miedo es un poderoso aliado de quienes pretenden obtener una forma de sumisión a la autoridad. Pero no todo “anti” tiene el mismo contenido emocional. Por lo menos no la misma combinación. No es pues lo mismo temer el retorno de la corrupción y el autoritarismo que tener miedo a seguir viviendo en condiciones inhumanas. Tener miedo, afirma Patrick Boucheron, es prepararse a obedecer. Esto ha sido probablemente lo que ha sucedido con el Brexit. Un miedo irracional a una invasión musulmana ha favorecido un cierre de murallas, condenando a las islas británicas al aislamiento y la sumisión al amo (eso fue lo que dijo Lacan a los estudiantes de Mayo del 68: “Ustedes lo que buscan es un amo”, generando gran rechazo por haberles dicho una verdad tan impopular). Así, mientras tres cuartas partes de Londres, ciudad cosmopolita si las hay, votaron a favor de la permanencia, los votos separatistas más numerosos provinieron de localidades en donde no hay inmigrantes. Pero acaso los partidarios de permanecer en la UE también abusaron del miedo: el temor a la quiebra económica en particular. La inquietud alimenta la incertidumbre. Este estado emocional y mental es terreno fértil para los autoritarismos. En el Perú hemos logrado con las justas derrotar este fantasma, a diferencia de los británicos, que sucumbieron al miedo. Por eso desde ya aparecen pintas y mensajes en redes sociales llamado a Verónika Mendoza “terruca”. El miedo trabaja ahora con más anticipación.