Luego de los resultados electorales de la primera vuelta un amigo estadounidense me llamó intrigado desde su país y me preguntó: “¿No es que Fujimori fue condenado por crímenes de lesa humanidad y corrupción? ¿La gente no sabe eso? ¿Por qué votaron por el fujimorismo?”. A diez días de las elecciones presidenciales, ahora son muchos los que se preguntan cómo puede ser posible que, con esa historia, el fujimorismo tenga posibilidades de ganar la elección. Evidentemente una campaña larga, intensa y disciplinada de KF es parte de la explicación. Más allá de eso, esta interrogante puede tener otras respuestas. Una, muy elemental, facilista y equivocada “echarle la culpa” al electorado por su mala memoria o falta de interés en lo que pasó en el Perú. Pero eso no puede explicar la conducta del 40% del electorado pues no es ningún secreto –ni novedad– la corrupción sin precedentes en los 90, la manipulación mafiosa de los medios de comunicación o el avasallamiento de cualquier atisbo de independencia judicial. Otra opción es aceptar la tesis de que ha calado el mensaje de Keiko de que se dejará de lado la pesada “mochila” del pasado y que no se repetirán los “errores”. Es decir, le habrían creído a Keiko. Es posible que ello pueda haber ocurrido en algunos ciudadanos y ciudadanas pero varios hechos van en dirección contraria. Todavía está en la memoria de muchos la declaración de KF en el programa “Panorama” durante la anterior campaña electoral de hacer desempeñar a su padre un rol fundamental en su gobierno. AFF sería “un asesor de lujo” en un eventual gobierno suyo, dijo KF al asegurar que su padre fue “el mejor” gobernante que ha tenido el Perú. En el curso de esta campaña ha habido varias señales que desalentarían a los más optimistas. La más reciente: el sostenido aval al financista y secretario general de FP, Joaquín Ramírez; primero lo defendieron abiertamente y ahora lo hacen poniéndole trabas a la investigación como lo ha denunciado la fiscal María del Pilar Peralta. Curioso: el impacto de estos hechos en las simpatías electorales ha sido, hasta ahora, imperceptible. ¿Qué es lo que pasa entonces? Yendo más allá de la constante histórica de que los gobiernos autoritarios, luego de culminar, muchas veces han generado movimientos políticos con presencia electoral, están de por medio dos factores fundamentales que podrían explicar la vitalidad actual del fujimorismo. El primero es uno muy de fondo: el profundo impacto que la violencia terrorista de los 80 y los 90 tuvo en las percepciones y temores de mucha gente. El discurso más conservador y con espacio para el “todo vale” para lograr un objetivo tuvo terreno fértil en ese contexto de zozobra e inseguridad. Asimismo, asociando la brutalidad terrorista casi con cualquier mensaje o propuesta de cambio social: ser “de izquierda” pasaría a ser, en ese discurso, sinónimo de “terrorista”. Así, se precipitó la sociedad por un cauce tremendamente conservador que se extiende a muchos ámbitos. En asuntos tan elementales contra la discriminación por orientación sexual, por ejemplo, las encuestas de opinión revelan que la sociedad peruana es una de las más retardatarias rechazando mayoritariamente la unión civil, por ejemplo. El segundo factor tiene que ver con el contexto de creciente inseguridad ciudadana. En esas situaciones las respuestas serias, sofisticadas y multidimensionales suelen ceder espacio a rutas más simplistas y elementales pero que “suenan” enérgicas (“no me temblará la mano para…”). Pesada, pues, la dramática “mochila” heredada por la sociedad y largo el camino para desprenderse de ella. Los debates entre técnicos y candidatos no parecen haber aportado mayores luces para despejar el panorama dentro esta bruma de percepciones subjetivas y distorsionadas sobre lo que ha sido, es y debe ser el Perú. Cualquiera que sea el resultado final, es de desear que las pocas jornadas que quedan de aquí al 5 de junio contribuyan en algo a despejarlo.