El monopolio en el poder político tiene siempre riesgos. Pasa a ser amenaza inminente cuando puede ser ejercido por quienes ya hicieron uso abusivo del mismo, con su secuela de corrupción sin precedentes y de atropellos sistemáticos a los derechos ciudadanos. Ahora que solo quedan PPK y KF para la segunda vuelta sería esta una razón más que suficiente para votar por PPK, quien nunca ha sido parte de un régimen autocrático y corrupto. ¿Son ambos candidatos “iguales” como sostienen algunos políticos y “opinólogos”? Es legítimo pensar lo que se quiera, pero me parece un grave simplismo sostener que una candidatura sería el fujimorismo “político” (KF) y la otra el “económico” (PPK). El llamado “fujimorismo político” está vivito, coleando y, muy activo, como se ve en la ofensiva ante el Tribunal Constitucional para intentar limpiar a Fujimori de su condena por crímenes de lesa humanidad y corrupción. Encarnado hoy en KF, bienvenido sea el propósito de enmienda que ella ha expresado. Pero faltarían muchos gestos y comportamiento para creerle, cuando sus huestes están en “más de lo mismo”. Mientras tanto: el pronóstico es reservado. ¿Qué del alegado “fujimorismo económico” de PPK? Es una calificación equivocada, si con ello se refieren a una supuesta continuidad “fujimorista” en la política económica a partir del 2000. Habiendo algunos elementos en común, lo cierto es que desde el 2000 la política económica no fue “calco y copia” de lo hecho por el fujimorismo. Descontando las reformas iniciales para el control de la hiperinflación, los resultados en el crecimiento del PBI durante los 90 no fueron buenos. En los últimos años, entre 1998 y el 2000, el régimen autoritario solo logró un crecimiento del PBI cercano a 1,3% anual, lo que implicó una caída del PBI per cápita. Entre 1990 y el 2000 el PBI creció anualmente cerca de 3,2% en promedio. Es decir, peor resultado del 2015, en el que el ralo 3,3% fue criticado por los fujimoristas como “mediocre”. El llamado “despegue” arranca luego del regreso de la democracia, cuando cambió la lógica en la política económica. El manejo arbitrario y populista de la caja fiscal por parte del fujimorismo no tiene nada que ver con el manejo austero y responsable desde el 2001, que llevó a resultados muy distintos a los de la década anterior. Esto no impidió poner en marcha desde el 2001 políticas sociales fundamentales soslayadas durante el fujimorato, más bien orientado al reoarto caudillesco de regalos por el “jefe”. Por ejemplo, en salud y educación la democracia permitió avanzar. Salud pública: me correspondió el honor de compartir gabinete con PPK cuando el 2001 se creó el Sistema Integral de Salud (SIS). Empezó modestamente, atendiendo a personas previamente registradas en situación de extrema-extrema pobreza. Hoy, luego de 15 años de creación, atiende a más de 12 millones de peruanos y con un nivel de cobertura de salud que incluye hasta tratamiento de cáncer. Educación pública: como lo ha recordado Manuel Burga, ex rector de la Universidad de San Marcos, la década fujimorista fue de “ataque a la educación universitaria pública” y de deterioro masivo en la calidad educativa. Desde el gobierno de Paniagua esto empezó a cambiar. Entregó a PPK, por ejemplo, la secretaría de la “Comisión Pro San Marcos”. Luego, en el gobierno de Toledo, se generó una política pública que, por primera vez en años, incidió positivamente en recursos para San Marcos cuando PPK conducía el MEF. Siendo así, las cosas, la madre del cordero para la decisión del 5 de junio está en ubicar los mensajes serios y creíbles de afirmación democrática, contrapesos de poder y tolerancia. También de políticas sociales sostenibles e institucionales, y no en torno al caudillaje de nadie. No debería haber, pues, vacilaciones a la hora de decidir el voto ni espacio ante confusos abstencionismos frente a dos opciones que no son la misma cosa.