Uno de los temas más importantes de discusión política en el siglo XX fue el tamaño del Estado. A comienzos de ese siglo “los sectores estatales consumían en la mayoría de los países occidentales y en Estados Unidos poco más del 10% del Producto Interior Bruto (PIB), en los años ochenta absorbían casi el 50 % (y el 70% en el caso de Suecia socialdemócrata)” (Fukuyama, 2004 : 18 ). Las respuestas a este crecimiento estatal desmesurado fueron el thatcherismo y el reaganismo que permitieron el resurgimiento de las ideas liberales tanto en el mundo desarrollado como en los países en desarrollo. La caída del muro de Berlín trajo un nuevo impulso a la reducción del tamaño del Estado. Pero el problema de fondo no es tanto el tamaño del Estado como sus capacidades para desempeñar bien las funciones que tiene. La estatalidad puede reducirse a dos dimensiones básicas: las competencias o funciones que el Estado asume frente a la sociedad y las capacidades que tiene para desempeñarlas. La amplitud de las competencias puede variar entre los estados. Algunos, como el estado norteamericano, tienen pocas funciones pero cuentan con mucha capacidad para atenderlas. Otros, como los estados europeos, tienen muchas competencias y cuentan asimismo con muchas capacidades. Finalmente, algunos estados, especialmente los de países en desarrollo, asumen muchas funciones, pero tienen pocas capacidades para desempeñarlas bien. En este caso se pueden producir dos situaciones. Una en la que el Estado desarrolla algunas islas de modernidad como Brasil e India (Evans, 1995, 60-70) en las que el Estado ha logrado forjar las capacidades necesarias para atender algunas de las competencias vinculadas al desarrollo económico. Este parece ser también, aunque en menor medida, el caso peruano en el que el Estado ha logrado desarrollar las capacidades necesarias para desempeñar con cierta eficiencia las funciones en los aparatos económicos estatales (MEF, BCR; SBS, SUNAT), pero carece de las mismas para desempeñar con eficiencia los aparatos sociales estatales que tienen que ver con los ciudadanos. Otra situación es aquella en la que el Estado carece de capacidades en todas sus funciones. Las competencias y las capacidades son productos de dos procesos genéticos diferentes. La formación del Estado alude al surgimiento de las competencias o funciones como producto del poder despótico, esto es, de las luchas sociales y políticas a través de las cuales las élites buscan imponer sus intereses particulares y su dominio político al conjunto de la sociedad, mientras que la construcción del Estado se refiere al desarrollo del poder infraestructural, esto es, a la elaboración de las capacidades a partir de los proyectos de las élites que buscan asociar sus intereses particulares en coaliciones eficaces y, en algunos casos, con los bienes públicos. Los conceptos de competencias y capacidades y sus respectivas génesis están asociados, por consiguiente, a lo que Michael Mann llama el poder despótico y el poder infraestructural, respectivamente (Mann, 2007:58; Mann, 1986, 48 ). En próximas entregas analizaré el Estado en el Perú y en AL siguiendo la abundante bibliografía comparada que se ha producido sobre el tema. Las combinaré con los inevitables análisis de coyuntura.