El debate sobre los cambios que viene experimentando el escenario político peruano ha permitido definir algunos consensos importantes. En primer lugar, que vivimos una profunda crisis: no únicamente una crisis política, sino una crisis de la política. Ésta afecta no sólo a algunos de los componentes, sino al sistema político en su conjunto. En segundo lugar, ésta no es una situación transitoria. Durante más de una década los diagnósticos se han centrado en la crisis de los partidos y de ellos se ha desprendido como propuesta de solución refundar un sistema partidario fuerte, invocando a los políticos que recuperen el espíritu de los partidos de militantes característicos de la política peruana desde los años 30 del siglo XX. Que el sistema partidario está en crisis es hoy sentido común, la controversia puede referirse a si esta es terminal o no, pero no a su existencia misma. Algo más: existe consenso en que las cosas no van en una dirección que permita augurar la refundación de un sistema partidario consistente en un futuro reconocible. La aceptación de esta ausencia como un dato de la realidad, por otra parte, tiene consecuencias de evidente importancia, puntualmente recogidas por la politología, como el fin de las lealtades partidarias y la naturalización del travestismo y el transfuguismo como un componente estructural –no aleatorio ni transitorio– del sistema político peruano, como lo constatan Sinesio López y Steven Levistsky en sus columnas recientes. Se impone crecientemente la certidumbre de que el sistema de partidos como hasta ahora lo hemos conocido ha desaparecido definitivamente, o por lo menos no volverá un periodo previsible, como lo afirma Juan de la Puente. La explicación de esta situación, de la cual se derivan líneas de acción concretas, se sigue moviendo dominantemente en el análisis de las limitaciones del sistema político mismo: las carencias institucionales que ponen trabas a la consolidación de los partidos, las sanciones que se debiera imponer a los tránsfugas, las reformas que debieran incorporarse al sistema electoral, la magnitud de la valla electoral, la fiscalización de los partidos, su financiamiento, etcétera. La respuesta podría resumirse en la formulación de Carlos Meléndez de que requerimos un shock institucional. Siendo estas cuestiones importantes, se abre paso sin embargo la sospecha de que estos no son los problemas de fondo y encararlos no va a resolverlos. Es necesario desplazar el análisis más allá del sistema político, hacia un escenario reflexivo más amplio: qué cambios se están produciendo en el sistema social global y qué impacto tienen estos en la esfera política. Sinesio López demanda prestar atención a la revolución tecnológica que estamos viviendo y los cambios que ésta induce en las formas de comunicación social, las que sin duda tienen un importante impacto en el quehacer político. Es un avance con relación a las aproximaciones existentes. Considero empero que estas entradas siguen siendo limitadas. La crisis de la política en el Perú es parte de una constelación mucho más amplia, en que la democracia representativa, como fue construida en Europa y replicada en América Latina y ha intentado imponerse al Medio Oriente durante las últimas décadas, muestra señales de haber entrado en una crisis general. Piénsese en la generalización de la corrupción, como un mal que ataca no sólo a los países del tercer mundo sino a los países metropolitanos, o en el populismo, hasta hace poco considerado una singularidad latinoamericana. Que la alianza entre la corrupción y el populismo pueda apropiarse de un Estado hoy ya no es privativo del tercer mundo. Obsérvese los gobiernos de Berlusconi y Sarkozy, llevados al poder en olor de multitud en Italia y Francia. No es difícil constatar que estos problemas trascienden a todo Occidente. Propongo una hipótesis general que me propongo desarrollar en las semanas siguientes. Nuestra crisis de la política forma parte de un cambio planetario general, ligado a una profunda transformación en el funcionamiento del sistema capitalista. Vivimos una transición histórica de una gran envergadura, del capitalismo industrial de masas al capitalismo informacional, y esta transición lo afecta todo: la lógica del sistema de producción, la organización institucional, el panorama cultural, las formas de comunicación, subjetivación y construcción del yo, y por supuesto la esfera del poder. La crisis de la política sólo puede ser comprendida cabalmente yendo más allá de los análisis que se limitan a la escena política, tratando de situarse en la perspectiva del análisis sociológico clásico: la comprensión del sistema social global como un todo interconectado, en que los cambios sistémicos afectan al conjunto, incluyendo por supuesto a la esfera política. Continuaré.