El texto en ruso es de 1997, en castellano desde el 2006, pero quizás sin el premio Nobel no habría llegado a las librerías de Lima este año. Voces de Chernóbil (Lima, Debolsillo), de Svetlana Alexievich, es mi lectura de más impacto en todo 2015. Entre otras cosas, porque muestra que el accidente nuclear mismo, 1986, está lejos de ser historia antigua. Por lo pronto allí está Fukushima, 2011, para demostrarlo. El libro de la bielorrusa Alexievich es bastante más que una crónica del accidente. Es, además, una novela para la voces de los protagonistas, a la postre víctimas todos de la impalpable y ubicua radiación. Pero víctimas también de la estulticia, por no decir la maldad, de una burocracia entrenada en el estalinismo, que como de costumbre multiplicó innecesariamente el sufrimiento. En efecto el libro tiene parte de sus raíces en el Archipiélago Gulag (1973), de Aleksandr Solzhenitsin, con Chernóbil como una suerte de Gulag instantáneo, también marcado por la irracionalidad. La autora ha subtitulado “Crónica del futuro” para aludir a que su obra narra la secuela social de un horror tecnológico que cubre los milenios por venir en esa zona, y en las que vengan. Alexievich se atreve a llamarlo el acontecimiento más importante del siglo XX, pues considera que con él “se ha roto el hilo del tiempo. De pronto el pasado se ha visto impotente: no encontramos en él en qué apoyarnos; en el archivo omnisciente (o al menos así nos lo parecía) de la humanidad no se han hallado las claves para abrir esta puerta”. La autora maneja un oficio que es indiscutiblemente literario y una prosa de enorme calidad que resiste con éxito el patetismo implícito en su tema. Sin embargo cabe suponer que más elementos han contribuido a su premio Nobel de este año: Alexievich es de una zona geopolíticamente conflictuada y su obra cae de lleno en los trabajos ecopolíticos de la COP21 de París. Voces tiene un hálito mesiánico que funciona como un subtexto de las adoloridas versiones de las víctimas. La idea es que la humanidad no ha entendido realmente la magnitud de lo sucedido en Chernóbil, y tampoco el antes y después implícito en la radiación desatada sobre el mundo. En sus páginas el sufrimiento humano no alcanza para medir lo sucedido. Sin duda la obra y el premio de Alexievich son además poderosos alegatos en contra de las plantas de energía nuclear, donde el error humano puede tener consecuencias apocalípticas. Pero antes que eso el libro se presta a una lectura a la vez voraz y torturada, puesto que el material de la autora es la experiencia de las personas individuales.