Como bien saben los cristianos, es poco probable que Jesús naciera un 25 de diciembre. El relato del evangelio de Lucas, basado en el testimonio de María, su madre –el evangelio con más escenas de la vida infantil de Cristo–, narra que unos pastores velaban por turnos sus rebaños, al aire libre, cerca de Belén. Hacerlo en diciembre es imposible por el frío que azotaría a pastores y a animales. Aun con esa evidencia –Jesús debe haber nacido en un mes de temperatura más templada– la Iglesia Católica escogió simbólicamente el 25 de diciembre como fecha de celebración tomando en cuenta el inicio del invierno en el hemisferio norte. El día más oscuro del año que era finalmente vencido por la luz o tres días de oscuridad total (el paso del otoño al invierno) para que, finalmente, el día aparezca por breves horas. El triunfo de la luz sobre las tinieblas es una metáfora del triunfo del Cristo, resucitado al tercer día, sobre la muerte. La simbología cristiana es muy compleja, con capas de tradiciones locales superpuestas a lo largo de 2,000 años. El pino (siempre verde, no muere a pesar del invierno), los villancicos (cantos de alegría por el nacimiento del Salvador) tienen cientos de años, pero los ornamentos, las melodías y hasta las letras (algunas bastante disparatadas) varían según las modas y las influencias. Muchas de las canciones de Navidad creadas en los Estados Unidos en el último siglo son cantos a la vida en invierno, más que alabanzas al Señor, o melodías nostálgicas (producidas para los soldados lejos de casa) sobre blancas navidades que no existen en esta época en el hemisferio sur. Comercial, como pocas, la fiesta de Navidad se convirtió en una fiesta de regalos recién en el siglo XX. La costumbre continúa con fuerza en el siglo XXI. La temporada navideña sustenta la economía de millones de familias peruanas en la microempresa, promueve el consumo masivo y le da un respiro a la mediana y gran empresa en algunos rubros. ¿Es esto poco cristiano? Si Jesús sale del cuadro, por supuesto. Pero no creo que Nuestro Señor se moleste porque familias trabajadoras lleven el pan duramente ganado a su mesa. A Dios rogando y con el mazo dando. Sin embargo, la bulla de las tiendas (yo apagaría todas las luces con villancico incorporado que están hechas para enloquecer al más sereno), el exceso de trabajo y las urgencias del día a día, han desacralizado la fiesta. No importa si se es cristiano o no. La libertad de culto debería permitir, al que sí lo es, tener un pequeño ambiente de recogimiento, a veces unos minutos para entender de qué se trata todo esto. Y es difícil lograrlo, más aún para católicos bautizados, no practicantes, pero a los que sí les gusta ir a la iglesia en Navidad. Las iglesias se repletan, más que en el Domingo de Resurrección y las cuatro semanas de adviento; ese tiempo de espera pasa olvidado cuando debería ser parte de la celebración. Entiendo, por supuesto, el dolor y sufrimiento de muchos en esta semana. Si Navidad es dar, ponerse en los zapatos del otro es el único regalo verdadero. Preocuparse por los enfermos, por los que están solos o muy lejos, por los que han perdido este año a alguien –y la tristeza los derrumba– y por los que están presos injustamente. Esa también es la Navidad. Llame al amigo que lo necesita, aunque sea solo para asegurarse que no está solo. Debo confesar que tengo la suerte de tener una verdadera y hermosa Navidad, pero no creo que eso sea solo suerte. La gracia de Dios y lo que cada uno pone encima hace la diferencia. Todo se construye de a pocos. Para bien o para mal el próximo año también tendremos Navidad y si esta no fue buena, la próxima puede ser mucho mejor. Pero este es también el Año de la Misericordia. Si Jesús puede nacer en cada uno de nosotros, tal vez conmueva a un dictador. Es por ello que me uno a un acto de justicia, un pedido especial de millones de personas, que hacen propio periodistas peruanos: Libertad para los presos políticos en Venezuela esta Navidad. 25 de Diciembre del 2015