Ahora que las muertes de presidentes en ejercicio han disminuido mucho (el último fue Luis Miguel Sánchez Cerro, asesinado en 1933) el papel de los vicepresidentes se ha vuelto menos dramático. Pero después de la segunda guerra los presidentes empezaron a viajar cada vez más, lo cual dio a los vicepresidentes un papel de reemplazo transitorio. Pero también el reemplazo transitorio perdió dramatismo. Antes un vicepresidente ejercía efectivamente la presidencia en lo que durará el viaje presidencial. Los viajes se han ido acortando. Ahora el vicepresidente solo cuida la casa, como un encargado del despacho. El argumento para esto fue evitar que hubiera dos presidentes en simultáneo. Luis Alberto Sánchez ironizó sobre su propia vicepresidencia (1985-1990) y el carácter ornamental del cargo al decir que su último tomo de memorias, que nunca apareció, se llamaría algo así como que había sido presidente numerosas veces, pero nunca había gobernado. Ciertamente mucho más había gobernado desde el Congreso. Con las excepciones del caso, los presidentes peruanos han detestado a sus vicepresidentes, o cuando menos recelado de ellos. No solo porque son un constante memento mori, sino porque aun sin poder real el cargo esta incómodamente cerca de Palacio. Luis Giampietri candorosamente pidió una oficina en la Plaza Mayor. No se la dieron. Las planchas de esta semana no tienen mucho que ver con gobernar o reemplazar, sino con adornar al candidato presidencial. Hay varias opciones en esto: representar a sectores de la población importantes para la campaña, compensar deficiencias del candidato, encarnar a los socios de la alianza, dar cuenta de un poder de convocatoria. El planchado o la planchada deben tener algo que aportar, como un prestigio sectorial (ex ministros, ex gobernadores regionales) o un bolsón político propio. Pero nada de esto deben echar sombra sobre el candidato o imprimirle algún sesgo complicado a su imagen. Esto último sobre todo si son cuña del mismo palo. En todos los casos deben ser cuidadosos con las ideas propias. ¿Añade votos una buena plancha? En el mejor de los casos redondea la imagen del número uno. Pero nunca se ha escuchado que una plancha haga la diferencia, en un sentido u otro. Es el inicio del tedio político de esa larga espera que es la vicepresidencia, o el verdadero olvido político que es la anacrónica segunda vicepresidencia, y el recuerdo de haber compartido una alta votación. Lo que sí permite la plancha es una ubicación óptima para llegar al Congreso. Aunque la experiencia muestra que ese es el camino por el cual se llega también a la enemistad con el presidente, y a veces hasta a la condición de paria partidario. Un vicepresidente con alto perfil siempre es un rival en potencia.