En el cine, los finales ambiguos permiten grandes secuelas. Si el personaje está indubitablemente muerto es imposible hacerlo revivir. Siempre habrá guion que lo aguante todo, pero para que queden dudas al fanático, el derrotado debe huir entre las tinieblas y solo así podrá volver a aparecer en la siguiente película. Todos esperarán su rol como natural y coherente dentro del relato. La historia política de la dinastía Fujimori se parece a una secuela cinematográfica. Lo que no queda claro hoy, sin embargo, es si: a) la hija ya sacó al padre de la historia; b) si el padre se roba el rol protagónico en la secuela o c) si los guionistas (en este caso, los mismos actores principales) han optado por una estrategia de intriga que logre que los fanáticos del padre y los fanáticos de la hija no puedan saber qué es lo próximo que va a pasar. Esta última opción es un lujo que pueden darse solo las grandes sagas y es probable que Keiko y Alberto Fujimori crean que con su 35% de intención de voto, ellos ya lo son, pueden montar un espectáculo público de tensión, previo al estreno, que alimente las expectativas de todos sus seguidores, sin defraudar a ninguno. Los que creen que es “El Regreso de Alberto” o los que creen que es “El despertar de Keiko” parecen estar satisfechos con que ambas situaciones divergentes coexistan sin excluirse, aún, mutuamente. La tensión pública tiene la ayuda de grandes actores de reparto. Nada menos que el hijo-hermano que apoya al padre en el nombre de los “antiguos” Chávez, Salgado, Cuculiza y Aguinaga. O un ex colaborador como Carlos Raffo, también del lado del padre, que como oráculo, advierte que la hija lo traicionará de formas horrendas, mientras que un personaje que era desconocido en las películas anteriores aparece como el poder en las sombras que ejecuta los planes de la hija. La asesora, Ana Vega, no tuvo tiempo para reclamar un mejor papel y le dieron el de “evaluadora”, con lo que arrastra la impopularidad del rol. Durante toda la segunda vuelta, Keiko y Alberto pueden mantener esa tensión y resolverla con decisiones públicas igual de ambiguas. Por ejemplo, van en la lista parlamentaria Luisa Cuculiza y Luz Salgado y se manda a la reserva –con algunos puyazos como los que no han faltado en estos días– a Martha Chávez y Alejandro Aguinaga. Escoja la combinación de pares que quiera. Volverá siempre a lo mismo. Sí y no. Va y no va. Hay respuesta para todos. Sin embargo, tarde o temprano la película tiene que estrenarse y las estrategias de intriga, que decepcionan, ponen furioso al público. O al menos, a parte de él. Si los Fujimori creen que el estreno es el próximo 28 de julio cometen un error de cálculo que puede ser fatal. La saga familiar se estrena en la segunda vuelta. Ahí se exigirán definiciones. Este jueguito se acaba cuando el antifujimorismo se reúna detrás de un solo adversario y pueda persuadir, como lo hizo en el 2011, que hasta el supuesto heredero de Chávez era mejor que “El Regreso de Alberto”. Si Keiko Fujimori no hace algo muy radical, asegurando que ella es la dueña de la película y su padre no aparece más, no verá ningún estreno. Aunque luego incumpla su palabra, como tantas veces ha sucedido en la política peruana. ¿Por qué creo que aquí hay más de estrategia política conjunta que de verdadera ruptura? Porque el primer objetivo de Alberto Fujimori es salir de la cárcel. Él será instrumental a cualquier cosa que planifique su hija, a cambio de su libertad, por más díscola o ambiciosa que ella supuestamente sea. Incluso fingir el reclamo sobre la postergación de cuatro congresistas a los que nunca tuvo reparos en abandonar para huir a Japón. ¿Va a quemar su única esperanza con desplantes públicos verdaderos que luego lo hagan morir más despacio que héroe de teatro Kabuki? Estará preso, pero no está loco.