Mientras tú, católico ferviente y conven(c)ido, te apuras en confesar tus últimos pecadillos y comulgar como no lo hacías desde tu primera comunión para recibir la visita del Papa Pancho con el alma limpiadita con Sapolio, ahora resulta que don Juan Luis Cipriani, el nunca bien ponderado Arzobispo de Lima, se ha liado en gran tira y jale con el ministerio del Interior por el lugar en el que se realizará el encuentro del Sumo Pontífice con su hinchada local. Nadie sabe, a estas alturas, a quién se le ocurrió que el encuentro de marras, al que se le augura una asistencia de nada menos que un millón de almas y respectivos cuerpos, podía realizarse a orillas del mar, en la Costa Verde, lugar que nunca se ha caracterizado precisamente por dar grandes garantías de seguridad, porque es una ratonera que, por un lado, tiene un acantilado de varios metros y, al otro, al nada amistoso mar de Grau. Y un desastre por estos días no resulta nada descabellado ahora que, después de los terremotos de México, nuestro país parece ser el próximo point en el que la madre naturaleza podría descargar sus iras en cualquier momento. Y cualquier momento incluye, por cierto, la posibilidad de que ocurra en medio del Woodstock de los chupacirios, perdón, el encuentro con su Santidad Francisco the first. Apenas el ministerio del Interior, que es la entidad encargada por ley de decidir si un lugar es apto o riesgoso para un acontecimiento de esa naturaleza, advirtió de este riesgo, saltó don Juan Luis como un resorte, calificando a los funcionarios del Mininter de pájaros de mal agüero, profetas de desgracias, gente de mala fe, por preocuparse por la seguridad de los millones de limeños que irán a ver al rockstar del Vaticano. Para don Juan Luis, la Costa Verde no representa riesgo alguno, porque las probabilidades de que ocurra un terremoto o un tsunami son escasas o tal vez porque piensa que, de ocurrir, Francisco, como Moisés, podría hacer el milagro de partir las olas y cruzar caminando, junto con sus millones de seguidores derechito hasta Japón a comer sushi. Pero, ¿por qué Cipriani anda tan empecinado en que la cosa se haga allí y no en un sitio más seguro? Pues porque, por asuntos de jurisdicción, en la Costa Verde él sería la coestrella del show, encargado de la homilía, mientras en Las Palmas (uno de los lugares con más opciones de ser el elegido), ese papel le correspondería al capellán del ejército y él pasaría a ser un obispito del montón. Claro, como don Juan Luis sabe de lobbies, jura que, estando al ladito del Papa Pancho y usando su avasallador encanto, logrará asegurarse que, el próximo año, cuando le toque renunciar a su cargo de arzobispo pues cumple 75 años, su jefe no le acepte la renuncia y le extienda el período por unos cuantos añitos más. Lo que le correspondería, por una especie de tradición, es más bien ser presidente de la Conferencia Episcopal, es decir, jefe de todos los obispos del país, pero él bien sabe que sus colegas no lo tragan y que preferirían elegir a Melcochita antes que a él, especialmente por su tendencia a meterse en líos políticos a los que nadie lo ha llamado. De otro lado, y ya en el mundo de los no católicos (casi un treinta por ciento de la población), existe un descontento, porque el dinero para los gastos de la venida del Papa, en su mayor parte, saldrán de nuestros bolsillos, porque, el gobierno, en lugar de destinar fondos, digamos, a los damnificados del norte, prefiere regalárselo a la institución más rica del planeta: la iglesia católica. Los defensores del entripado, que otra cosa no es, dicen que la llegada del Papa atraerá mucho turismo, pero otros países de Sudamérica, como Colombia, ya demostraron que esa es una vulgar mentira. En la reciente visita de Papancho a ese país, no se jalaron muchos más turistas que, digamos, un concierto de Vives con Shakira. Y sin la bailadita. Entretanto, en países donde el Estado usa pantalones, la cosa es diferente. Por ejemplo, en Chile, la iglesia ha tenido que salir a pasar el sombrero para financiar la visita del Papa y el gobierno, a lo más, ha dado algunas facilidades tributarias a aquellas empresas que aporten. Será por eso que, por mucha tirria que le tengas a los chilenos, no te queda otra que reconocer que ellos sí ya llegaron al siglo 21, mientras nuestro país no acaba de salir de la colonia. ¡Qué envidia!