Gracias a la Sociedad Filarmónica se pudo escuchar en Lima, hace poco, un concierto para violín del compositor contemporáneo Magnus Lindberg (n. Helsinki, 1958). Lo interpretó la Orquesta de Bremen, dirigida por Peeka Kuusito. A la Sociedad Filarmónica se le debe, en buena medida, que la música clásica ejecutada en vivo no haya desaparecido del todo de nuestros escenarios. Podría inclusive decirse que se le debe también en parte la relativa recuperación que de esa música se viene dando en Lima. A esa música se le acaba de llamar aquí “clásica”. Un nombre más propio para ella es “académica”, pues así no se confunde con el de un periodo de su historia; pero se ha escrito “clásica” porque esa denominación aleja de lo contemporáneo, de lo actual. De hecho, aunque pocos lo adviertan, cundo decimos música “clásica” inconscientemente excluimos la que se crea en nuestros días, la que hacen compositores vivos. A eso contribuye la programación de los conciertos locales de música “clásica”, pues la inmensa mayoría de los autores que incluye están muertos. Más grave aún: murieron antes del siglo XX. Este no es un fenómeno exclusivo del Perú. Ya Leonard Bernstein anotó que a lo largo de toda la historia de la música académica se escuchó siempre, de preferencia, la compuesta en la época propia. El siglo XX inauguró lo contrario. Y hoy, cuanto menos culto es un país, más sordos son a lo contemporáneo sus aficionados a la música “culta”. En cambio, el público de la música popular, que asimila mejor los nuevos lenguajes, busca la que se crea en su tiempo.