Enrique Patriau. Usted es un holandés que ha viajado por casi todo el Perú. Llegué al Perú en 1980, siendo estudiante. Me iba a quedar por seis meses. Recuerdo que me tocó trabajar en Carhuaz. Era un practicante universitario con una carrera que apuntaba a la investigación de cultivos, pero me di cuenta de que eso no era lo mío. A los seis meses empecé a trabajar en el Estado, en la Oficina Nacional de Apoyo Alimentario, que existía en aquel momento. Y anduve como año y medio en una motocicleta y con una bolsa de dormir: tenía a mi cargo ocho comunidades campesinas de Carhuaz y Yungay. La regla era: donde pasa el burro, pasa la moto. ¿Fue complicado pasar de Holanda a Perú? No tanto. Yo soy pueblerino y la vida rural en Holanda es muy distinta a la vida urbana. En realidad, la vida rural holandesa tiene mucho de parecido a la vida rural de acá. Ya sabes, la gente sentada en la calle para ver el atardecer, conversar con los vecinos. Pero para jubilarme no me quedaría en Lima. Prefiero volver a un sitio más chico. Mi mujer es de Carhuaz, podría ser allí. Lo ideal sería enseñar música. Estoy convencido de que lo que he aprendido debo enseñarlo. Con el fondo de los nevados, lo mejor de uno sale a flote. Toca la tuba. A mí nunca nadie me preguntó de niño si quería aprender música. Fue decisión de la asamblea comunal de que la banda local de mi pueblo en Holanda necesitaba sangre nueva. Empecé con el trombón, pero lo dejé porque me quitaron la mitad del labio por una biopsia. Cuando quise retomar, sonaba horrible. Necesitaba un instrumento con otro tipo de boquilla, empezar de cero, y así terminé con la tuba. ¿Y acompaña a bandas locales? Sí. Acá hay todo un circuito de bandas. La patrona de Carhuaz es la Virgen de las Mercedes y su fiesta se celebra el 24 de setiembre. La mayoría de los migrantes trata de ir para allá, pero 15 días antes hacen su propia celebración en Lima. En esas fiestas toco. ¿Sabías que hay muchos policías en esas bandas? Es que ellos son profesionales. Los reconoces porque usan zapatos acharolados. También toco en Colectivo Circo Band. Casi es músico a tiempo completo. La música me relaja, pero no quiero dedicarme a eso más que tres o cuatro veces al mes. De otra forma sería estresante. Desde 1980, cuando llegó al Perú, ha visto muchos cambios. Cuando mirabas sobre el cerro, veías las luces tenues de los mecheros. Ahora hay más electricidad, y eso es bueno. Pero cuando vuelvo a los lugares de antes, me siento en la misma piedra de hace años y miro un nevado, observo manchas grises y negras donde antes solo había color blanco. Eso es cambio climático. Y en la ciudad, habría que hablar del crecimiento, de la densidad urbana. Lima ha crecido desordenada, sin planificación. Una de las cosas que nos preocupan es el abastecimiento de agua y saneamiento en caso de emergencias. Con la densidad, las redes de agua y desagüe están a punto de colapsar. ¿Es difícil ser un activista en un país como el Perú? Es complicado en el sentido de que a veces estamos obligados a optar por una posición defensiva. De todos los países en los que he vivido, en el Perú es donde más fácil se lanzan adjetivos. Lo de “caviar” fuera del Perú no existe y acá es un insulto. Lo mismo con “antiminero” y te tienes que pasar años para demostrar lo contrario. La prensa es muy polarizada. Yo me siento un peruano de corazón, un serrano a mucha honra, pero la facilidad con la que te ponen adjetivos es única. ¿Qué me diría si le pregunto si le gusta la comida peruana? (Risas). Como a Miguel Bosé. Te diría que la calidad de la gastronomía peruana viene de la diversidad de sus ingredientes. El 70% de todos los alimentos que se consumen en Lima son producidos por la pequeña agricultura. La cual tendría que beneficiarse más del boom gastronómico. ¿Y dónde está generalmente esa pequeña agricultura? En Huancavelica, Ayacucho y otros departamentos en la sierra. Mientras el Perú avanza, hay población que sistemáticamente sigue en la pobreza. Muy poco se sabe que, al final de cuentas, lo que tú comes en la ciudad viene de allá. Si ellos dejaran de producir, nosotros dejaríamos de comer. CLAVES Tengo 56 años y nací en Holanda. Mi nombre es Francesco, pero me dicen Pancho. Soy de profesión agrónomo. Conocí a mi esposa en un bus, ella es de Carhuaz. Mis dos hijos son limeños. Toco la tuba y acompaño a bandas locales. He trabajado en Bangladesh, Pakistán, Bolivia y Sri Lanka. Cuando me jubile quisiera dedicarme a enseñar música.