Comparando con catástrofes pasadas
Tenemos una débil memoria frente a nuestras catástrofes, y nos contentamos con evocar las más frescas, que no son menores ni pocas, en realidad.
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Desde el 2001 el atentado contra las torres gemelas de Nueva York ha venido siendo comparado con Pearl Harbor, 60 años antes. Ahora en EEUU se compara los dos ataques con el del coronavirus. No solo en EEUU. En todas partes se busca un referente del pasado que sea un mal comparable fuera de las pandemias mismas.
Lo que se persigue en la historia es un orden de magnitud, de sorpresa y de velocidad del ataque para empezar a entender lo social desde allí. Los ejemplos de EEUU apuntan a momentos de decisión vistos como liquidadores de un pasado y relanzadores de un futuro. Aparece así la visión de un mundo que avanza a punta de catástrofes.
En un libro del 2002 Susan Neiman menciona, como punto de referencia antiguo pero aún influyente como catástrofe, el terremoto de Lisboa en 1755, que cambió el pensamiento mundial sobre el significado de la naturaleza. El sismo sacudió Europa y a su modo lanzó la era moderna, al fortalecer las ideas de la Ilustración por todas partes.
Para Neiman “Tomar las reacciones intelectuales a Lisboa y a Auschwitz [1940-1945] como polos centrales de indagación es una forma de ubicar el comienzo y el fin de la era moderna”. Se trata de acontecimientos que llevan a preguntarse “¿Qué es lo que amenaza nuestra percepción de cuál es el sentido del mundo?”.
¿Cómo se ve todo esto para el Perú? Algunos están comparando la crisis económica en avanzadas ciernes con la situación tras la Guerra con Chile. No hay cifras sobre esto, pero sí es notorio que los cambios sociales o en el pensamiento que esa catástrofe produjo fueron mínimos. Más puede haber influido la crisis mundial de 1929.
Una comparación mucho más remota, pero más ajustada, sería con las enfermedades epidémicas de origen europeo que barrieron a una parte importante de la población del Tahuantinsuyo. Se coincide en que la cifra fue enorme, pero toda precisión es motivo de polémica entre académicos.
Tenemos una débil memoria frente a nuestras catástrofes, y nos contentamos con evocar las más frescas, que no son menores ni pocas, en realidad. Pero la sensación es que nos enseñan poco, si acaso algo nos enseñan.
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