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Sociedad

Señor, la mascarilla

Si bien no hay una norma de uso de la mascarilla para toda circunstancia, hay cada vez más lugares donde es obligatoria.

Señor, la mascarilla
Señor, la mascarilla

Si bien no hay una norma de uso de la mascarilla para toda circunstancia, hay cada vez más lugares donde es obligatoria. Lo que existe es un protocolo no escrito: fuera de casa siempre será mejor llevarla puesta. Circular a rostro descubierto, a cualquier distancia del prójimo, se ha convertido en una marca de irresponsabilidad. Tan seria como pasear en grupo, o sin un perro al lado.

Sin embargo hay mascarillas y mascarillas. La llamada respirador N95, que vemos en fotos de hospitales, ha sido diseñada para situaciones médicas en que es clave impedir que la saliva infectada no pase. La usan los contagiados para proteger al personal de salud, o en casa los portadores para cuidar a los demás habitantes.

Las demás mascarillas pueden prestar el mismo servicio, pero de manera bastante limitada y específica. La OMS solo las recomienda para casos de enfermedad manifiesta, debemos entender que como sucedáneos de la N95. Sobre esto hay polémica, con países que obligan a usarla y países que la consideran optativa, por no decir inocua. En el Asia desde hace medio siglo son consideradas una cortesía.

Eficaz o no, muy eficaz o poco eficaz, la mascarilla silvestre se ha convertido en una obligación. Según sus críticos, una exigencia mucho más social que médica, una llamada de atención a nuestros conciudadanos sobre la necesidad de ser higiénico en medio de la pandemia. Social o no, una función útil por donde se la mire.

Descartar de plano el uso de la mascarilla, un inocente incumplimiento de lo convencional, podría equivaler a abrirles las puertas a las formas de desconsideración del aislamiento social que estamos viendo en estos días. Muy pocos pueden ver si nos lavamos las manos o no, pero no usar mascarilla es otro asunto. El gesto libertario se vuelve un gesto displicente ante un peligro real.

Como la carestía de mascarillas más o menos se mantiene, y la obligación crece, la mascarilla ha ido adoptando formas cada vez más silvestres, hasta lindar con lo estrambótico. Piezas hechas en casa, pañuelos anudados en el estilo lejano oeste, fragmentos arranchados de otras prendas. En lo personal uso el antifaz que tapa la luz en los vuelos, ahora sobre la boca.

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