María Rosa Lorbés Los peruanos estamos hace meses inmersos en un “destape” casi cotidiano de comportamientos corruptos por parte de autoridades políticas y judiciales, cada cual más indignante que el anterior, y esto resulta por momentos atosigante. Frente a la justificable y “sana” indignación ciudadana, hay quienes prefieren “no hacer olas”, como si no estuviéramos todos ya inmersos en un tremendo tsunami de podredumbre. No, rotundamente NO: los ciudadanos, y menos aún los creyentes, no podemos aceptar la falacia de que “todos somos igualmente corruptos” y de que es la hora de la “unidad” (léase impunidad), no de los enfrentamientos. Es la hora de la justicia y de la verdad. No de la venganza, por supuesto. Por eso, los ciudadanos honestos, que son la mayoría, tenemos que respaldar el trabajo de los funcionarios decentes que buscan desentrañar la verdad y castigar a quienes lo merezcan. En febrero de este año el Papa, en su video mensual, escogió como tema de oración para todo el mes el problema de la corrupción. “Pidamos para que aquellos que tienen un poder material, político o espiritual no se dejen dominar por la corrupción” (https://www.thepopevideo.org/no-a-la-corrupcion/?lang=es). En ese video Francisco afirma que en la corrupción “está la raíz de la esclavitud, del desempleo, del abandono de los bienes comunes y de la naturaleza; que es un proceso de muerte que nutre la cultura de la muerte. Porque el afán de poder y de tener no conoce límites”. Por eso enfatiza que “la corrupción no se combate con el silencio”. Llegó el momento de levantar nuestra voz. ❧