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Política

El siglo de Javier Pérez de Cuéllar

Una figura emblemática de la diplomacia peruana.

AAR
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Mañana cumple cien años Javier Pérez de Cuéllar, figura emblemática de la cancillería peruana que, como secretario general de la ONU (1982 y 1991), ocupó la más alta posición en la diplomacia mundial.

Fue un hombre al servicio del estado peruano desde Torre Tagle, llegando a ser premier del gobierno del presidente Valentín Paniagua en 2000, luego de postular a la presidencia contra Alberto Fujimori en 1995.

Por esas incomprensiones sobre el servidor público que suelen tener las mentes mediocres que no entienden el valor de una burocracia sólida, Pérez de Cuéllar fue baloteado por los senadores de Acción Popular en 1981 para ser embajador del Perú en Brasil, pero unas semanas después fue elegido en la ONU, dejando al parlamento peruano en el ridículo más absoluto.

Conocí a Pérez de Cuéllar entre ambas circunstancias, en noviembre de 1980, cuando Felipe Ortiz de Zevallos lo entrevistó para la revista Debate, y yo lo acompañaba a esos reportajes con la responsabilidad de que la grabadora de casete no falle a cambio del privilegio de hacer un par de preguntas.

Diplomático cuidadoso, pidió revisar la extensa entrevista para evitar alguna imprecisión. Con ese fin, quedamos en vernos en su departamento en un edificio entre Larco y Benavides, en una tarde con sol de noviembre de 1980.

Justo saliendo desde la oficina de Apoyo, en la Av. La Paz, Alvaro Barnechea –el asistente en Debate– me avisa desde la ventana la noticia de último minuto: Pérez de Cuéllar fue elegido en la ONU. Me jodí, fue lo primero que pensé, pues yo requería que él revise la entrevista para entrar al día siguiente a impresión en Industrial Gráfica.

Obviamente, al llegar a su departamento encontré un montón de periodistas que solicitaban una declaración del nuevo secretario general, en medio de los cuales estaba yo con mi file manila en la mano con la entrevista. De repente, Pérez de Cuellar salió a la puerta, me ubicó y dijo, “Augusto, pasa”, explicando a los colegas que tenía una cita. Sentados en un sillón, como si ninguna elección hubiera ocurrido unos minutos antes, revisó imperturbable su entrevista, no hizo muchos cambios, nos despedimos y, recién entonces, salió a atender a la prensa.

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