El 17 de noviembre del 2020, hace cuatro años, asumí la Presidencia del Perú en un momento difícil. Tuvimos tres presidentes en una semana: uno fue vacado, como no tenía vicepresidente, el presidente del Congreso asumió la Presidencia de la República por sucesión constitucional. Sin embargo, protestas generalizadas hicieron que renuncie seis días después. Luego de un intento fallido de elegir a una nueva presidenta del Congreso, una renuente mayoría de congresistas, muchos de ellos mis adversarios, me eligieron presidente del Congreso y, como tal, presidente de la República. Esto motivó el comentario de un acucioso analista político de que fui “el único presidente elegido por sus enemigos políticos”. Considerando la catastrófica situación, esperaban que fracasara rápidamente para luego recuperar el poder político. Creo que contrarié sus expectativas.
Cuando asumí el Gobierno, la pandemia del COVID-19 nos golpeaba sin misericordia. Tuvimos una de las tasas de fatalidad más altas del mundo, no había contratos firmes para comprar vacunas, nuestro sistema de salud estaba colapsado, teníamos una aguda escasez de oxígeno medicinal y unidades de cuidados intensivos. Tuvimos los peores indicadores económicos en decenios y protestas sociales en varios lugares del país. Las elecciones generales estaban programadas para abril del 2021 en un ambiente político polarizado y tóxico.
¿Cómo enfrentamos esta situación? Buscando recuperar la confianza en el Gobierno e instaurar esperanza en el futuro; empoderando a los actores sociales, promoviendo la cooperación y el trabajo en equipo; diciendo las cosas como eran, y no como nos hubiera gustado que fueran; no prometiendo lo que no podíamos cumplir y cumpliendo lo que prometimos.
En menos de seis meses, aseguramos casi ochenta millones de dosis de vacunas contra el COVID-19, lo suficiente para vacunar tres veces a la población objetivo antes de fines del 2021. Logramos superar la desconfianza y movilizar iniciativas conjuntas del Gobierno, el sector privado, la sociedad civil, la academia y las Iglesias para organizar un proceso de vacunación eficiente, aumentar siete veces la provisión de oxígeno medicinal y triplicar el número de unidades de cuidados intensivos. Sinceramos las cifras de fallecidos por la pandemia.
Garantizamos elecciones libres, avaladas por trece misiones internacionales de observación electoral. Recuperamos el crecimiento económico y batimos récords de inversión pública. Aprobamos una docena de políticas nacionales orientadas hacia la gestión de desastres, los adultos mayores, vivienda y urbanismo, el medio ambiente, entre otras; completamos el trabajo de la Comisión de Reforma del Sistema Judicial y aprobamos las bases para el fortalecimiento y la modernización de la Policía Nacional del Perú. Respondimos a las protestas sociales con mesura y ecuanimidad; pusimos de inmediato a disposición de la justicia a los dos efectivos policiales que incumplieron las disposiciones vigentes sobre el uso de las armas de fuego y fueron responsables de la muerte de tres personas. 1
Demostramos que es posible gobernarnos bien en democracia, sin corrupción y manteniendo el bien común como objetivo. Ninguno de nuestros ministros ha tenido denuncias o acusaciones por malos manejos; no recibí en Palacio de Gobierno ni en otro lugar a ningún contratista o proveedor del Estado. Gobernamos con moderación y transparencia. Reconocimos nuestros errores y los corregimos rápidamente. Abrimos las puertas del Palacio de Gobierno a todas las fuerzas políticas y dialogamos continuamente con la prensa. Respetamos escrupulosamente, sin interferencias, los procesos de ascensos en las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional del Perú. Convocamos al Consejo de Estado en trece oportunidades para coordinar y articular acciones con los otros poderes públicos y los organismos constitucionales autónomos. En resumen, hicimos todo lo posible para consolidar la institucionalidad democrática y respetar el equilibrio de poderes. Iniciamos nuestra gestión con 32% de aprobación de la población y terminamos con 58%.
Al finalizar los ocho meses y once días del Gobierno de transición y emergencia, hicimos una transferencia de mando lo más ordenada posible. De acuerdo con lo que manda la ley, reconocimos al ganador de la segunda vuelta solo después de que el Jurado Nacional de Elecciones declarara los resultados oficiales, nueve días antes de terminar nuestro mandato. La presidenta del Consejo de Ministros preparó un informe detallado sobre nuestra gestión en cada ministerio y lo hizo público antes de terminar nuestro gobierno. Recibimos a los jefes de Estado, jefes de Gobierno y a las delegaciones internacionales que asistieron a la transferencia de mando, e intentamos cumplir estrictamente con el protocolo establecido en la medida de nuestras posibilidades.
Lo que ha sucedido después del 28 de julio del 2021 está destruyendo, entre otras cosas, la institucionalidad democrática y el equilibrio de poderes. Desde entonces, nos han gobernado los dos partidos que pasaron a la segunda vuelta en las elecciones de 2021, cuyos votos sumaron menos de un tercio del electorado. Primero, Perú Libre desde el Poder Ejecutivo, lo que terminó con un insensato y repudiable intento de golpe de Estado. Luego, Fuerza Popular desde el Poder Legislativo, con una alianza entre extremistas de izquierda y de derecha que cuenta con el apoyo de numerosos congresistas investigados por corrupción, que ha sometido al Poder Ejecutivo y que pretende controlar a todas las instituciones estatales. Más aún, el Congreso se ha arrogado funciones de asamblea constituyente; ha modificado más de cincuenta artículos de la Constitución, sin un amplio y necesario debate, y sin consultar con la ciudadanía. El Gobierno reprimió sangrientamente las protestas sociales y causó más de medio centenar de muertes por acción de la Policía y el Ejército. Tanto el Gobierno como el Congreso tienen niveles de aprobación de un dígito, los más bajos de la historia reciente.
No debemos aceptar ni normalizar estos comportamientos de nuestras autoridades. Recordemos que otra manera de gobernarnos es posible; que se puede gobernar ejerciendo el poder y la autoridad política con honestidad y capacidad de gestión, articulando voluntades y promoviendo el bien común. Los peruanos y peruanas podemos —y debemos— elegir mejores representantes y gobernantes. Tendremos pronto la oportunidad de rechazar la corrupción, la incompetencia, el egoísmo y la sórdida avaricia de quienes en diferentes ámbitos del Estado han demostrado no ser dignos de confianza. No perdamos la oportunidad de expresarles nuestro rechazo de diversas maneras, sin violencia, y —sobre todo— eligiendo autoridades honestas, transparentes, democráticas y comprometidas con el bien común en las próximas elecciones.
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