Cómo enfrentar la delincuencia sin morir en el debate, por René Gastelumendi

Para reflexionar sobre todo ello, recurrí a un gran psicoanalista, con clara tendencia a los consensos, al diálogo, el entendimiento, a los puentes, pero con realismo: Moisés Lemlij

Otra vez, como es costumbre en un país en crisis perpetua, surge un elemento polarizador que divide a la ciudadanía: la forma de luchar contra la delincuencia. Frente a esta verdadera guerra que se ha desatado, a partir de la proliferación de las extorsiones, en el debate público se mezclan los conceptos de la democracia misma, los derechos humanos, su respeto y su elasticidad en ciertas circunstancias. También los conceptos sobre la muerte, la ley, las penas, el castigo, la tan natural sed de venganza y, por supuesto, lo que es la eficacia y no el populismo. Para reflexionar sobre todo ello, recurrí a un gran psicoanalista, con clara tendencia a los consensos, al diálogo, el entendimiento, a los puentes, pero con realismo. Estas son algunas de las reflexiones, de fondo, que pude sustraer de Moisés Lemlij ayer por la mañana, en medio de esta emergencia nacional de seguridad ciudadana.

¿La forma de luchar contra la delincuencia es un gran desacuerdo dentro de la ciudadanía?

Desde siempre, hay unos que piden la mano dura y otros que tienen un buen corazón pro derechos humanos. No es un combate adecuado, porque está demostrado que lo que sirve no es la dureza de la pena, sino la eficacia a la hora de atrapar al delincuente. Con una pena pequeña, pero si tienes la certeza de que te van a agarrar, eso va a ser más preventivo que, por ejemplo, una condena a pena de muerte a alguien que roba un celular, pero que nunca atrapas.

Provoca matar, vengar, que se apliquen ejecuciones extrajudiciales, pero ¿qué pasa si el Estado empieza a responder así? ¿No es peligroso que el Estado deshumanice a los delincuentes, sin tomar en cuenta quién detenta el poder?

Tienes a China, en la que hay unas dos mil ejecuciones por año. Entonces, la gente que puede decir que es de izquierda puede ser muy humanista por un lado, pero por otro cierra los ojos a la enorme cantidad de ejecuciones en países como China y Vietnam. Bukele es otro ejemplo: hay gente que dice que es maravilloso y otra que dice que es un bárbaro salvaje. No hay acuerdo respecto a métodos como los de Bukele; se tiene que llegar a algo que sea lo más parecido a un acuerdo. Unos dicen que es un modelo a seguir y otros que es un dictador.

¿Cuál sería el consenso?

En el Perú, reitero, la eficacia policial. No es un problema de dureza en las penas ni de justicia en términos legales. Tienes gente como Antauro que quiere ejecutar a todo el mundo y hay gente que sí, que quisiera ejecutar a todos porque está fracasando el cuidado del Estado a la ciudadanía. Si se mata a cuatro delincuentes, no vas a evitar la catástrofe que significa que cualquier ladronzuelo se dé cuenta de que es muy cómodo extorsionar. Ningún extorsionador va a sentir que es contra él si solo capturan y fusilan a unos cuántos. No sirve para nada la dureza de las penas sin eficacia policial, en primer término.

¿Por qué aparecen estas pulsiones de muerte?

Por la naturaleza humana. Es el viejo cuento: tú te sientas en la puerta de tu casa y deseas ver pasar muertos a tus enemigos. En estas circunstancias de amenaza te llenas de desesperación y puedes terminar planteando pena de muerte por cualquier delito. Sin embargo, la peor respuesta del Estado es tener un discurso "buenito".

¿Es “romántico” o “buenito” pensar en democracia y derechos humanos en la lucha contra la delincuencia?

Mira, hay países democráticos, como EE. UU., con pena de muerte; hay dictaduras donde se aplica la pena de muerte y hay dictaduras donde no. Poco a poco, el consenso mundial se inclina a eliminar la pena de muerte porque ya se ha demostrado que no es la dureza de la pena lo que elimina el delito, sino la certeza de la captura del delincuente.

¿El hecho de que el castigo sea severo no intimida al delincuente?

No, porque aquí en el Perú tienes, por decir, un 2% de posibilidades de que te atrapen. Puede haber penas benignas, como jornadas laborales o beneficios penitenciarios, al mismo tiempo que la eficacia en las capturas. Y eso, la captura, no la dureza del castigo, es lo que de verdad intimida al delincuente. No es la dureza de la pena lo que te hará dudar entre delinquir o no, es, otra vez, la certeza de que te van a atrapar. Eso es lo único que, en términos estadísticos, inhibe el delito. Al margen del debate ideológico, digamos.

¿Hay una catarsis en saber la dureza de las penas?

Sí, cuando en los inicios de la aplicación de la pena de muerte, siempre se trataba de un espectáculo público, de masas. La gente se deleitaba viendo las ejecuciones. Lo que quiero decir es que los seres humanos tenemos una parte espantosamente agresiva y destructiva. Eso se nota actualmente cuando hay un accidente de tránsito, por ejemplo, y la gente se detiene a verlo. Nos gusta.

¿No es la democracia un amortiguador?

¿Tú crees? Eso es un ideal. Me voy más por Hobbes que por Rousseau. Tienen que haber pactos sociales, arreglos. Eso es muchísimo mejor que confiar en la consciencia de los seres humanos. Y aquí el pacto tiene que ser reforzar la labor de la policía, su presupuesto, su logística, su inteligencia. En suma, su eficacia. No, por ejemplo, gastar presupuesto en comprar aviones militares o debatir placebos legislativos.

¿Y el Estado de derecho y la legislación internacional como la CIDH?

Tiene que haber un compromiso entre derechos humanos y cuidado de la población. Una negociación. No puedes priorizar unos sobre otros porque la gente no te va a seguir. Si te pones muy estricto en derechos humanos, la gente no te va a seguir. La pena tiene que ser proporcional. Tienes que ser sensato en esa defensa. Por otro lado, un país como el nuestro tiene que pertenecer a sistemas supranacionales. Hay que reconocer, sin embargo, que estos sistemas están un tanto ideologizados; hay debate. Lo que pienso es que la CIDH no está tomando en cuenta, en sus fallos, las características particulares de cada país, para que estos fallos sean legitimados por la población, no los rechacen y pidan que nos retiremos. Se tiene que renegociar con esos organismos internacionales.

¿Y qué le dirías a las personas que les encanta decir “que les metan bala”?

Que la bala va a matar a unos cuántos, pero la delincuencia va a seguir. Tienes que capturarlos y meterlos presos; eso es más eficaz que las balas. El problema en el Perú no es que no se “meta bala”, sino que ni la policía ni el sistema judicial funcionan bien. ¿Cómo no va a haber delito? Ojo que esto ni siquiera tiene que ver con la pobreza, pero ese ya es otro tema.

La respuesta política, tomando en cuenta, además, que en la próxima campaña presidencial la seguridad ciudadana va a ser el eje del debate, ¿es solo populismo?

Va a abundar el populismo; lo más fácil es decir: “Mira, soy tan honesto que seré capaz de fusilar a mi propio hermano”, tipo Antauro. Eso es demagogia por votos. Eso te habla de decirle a la gente, dentro de su desconocimiento, lo que quiere escuchar. No olvides que somos producto de nuestra historia; no es casualidad lo que está pasando con el caso Chibolín. Tienes a un candidato, supuestamente inteligente e intelectual, que tuvo como asesor a este señor Hurtado. Eso es demasiado chiflado. Puedo entender que un bruto se porte como bruto, pero no que una persona inteligente se porte de manera estúpida. Eso es lo que realmente me preocupa.

¿Qué consejos le darías a la gente, al elector, de cara a la campaña?

La gente tiene que hablar, concertar institucionalmente. Clubs, universidades, colegios, los padres, los alumnos tienen que propiciar el debate y la información, e invitar a los candidatos a preguntar y preguntar. No solo los medios tienen que tener un rol fundamental en esto.