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Anatomía de una puesta de sol, por René Gastelumendi

Me quedo con esa puesta de sol sin fin, me quedo con mi fantasía de que, si el paraíso existe, está hecho a la medida de cada uno, y que, en lo que a mí respecta, será un eterno crepúsculo”.

Desde los llamados opacarofílicos, es decir, aquellas personas que “padecemos” opacarofilia, que somos fanáticas de las puestas de sol y que siempre buscamos un mejor sitio para contemplarlas y admirarlas, hasta quienes las disfrutan de manera menos apasionada, pero las disfrutan, los atardeceres representan un momento del día en el que pareciera que algo especial sucede, va a suceder o sucedió: un beso, un recuerdo, un abrazo, una esperanza, calma, una pena dulce, un cambio. En la famosa obra de Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, que es la primera relación literaria que se me viene a la mente, por ejemplo, las puestas del sol son un elemento recurrente y tienen un papel fundamental en el desarrollo del personaje principal.

El Principito considera que las puestas del sol son un momento mágico que debe ser contemplado con atención porque nos conecta con nuestra esencia. De hecho, es durante una de estas puestas de sol que el personaje conoce al aviador, quien se convertirá en su amigo y confidente. Al principito, tierno y agudo personaje, le gustaban los atardeceres porque se alegraba y compadecía de sí mismo al verlas y las veía cuando estaba triste: “En efecto, como todo el mundo sabe, cuando es mediodía en Estados Unidos, en Francia se está poniendo el sol. Sería suficiente poder trasladarse a Francia en un minuto para asistir a la puesta del sol, pero desgraciadamente Francia está demasiado lejos. En cambio, sobre tu pequeño planeta te bastaba arrastrar la silla algunos pasos para presenciar el crepúsculo cada vez que lo deseabas… —¡Un día vi ponerse el sol cuarenta y tres veces! Y un poco más tarde añadiste: —¿Sabes? Cuando uno está verdaderamente triste le gusta ver las puestas de sol. —El día que la viste cuarenta y tres veces estabas muy triste ¿verdad? Pero el principito no respondió”. Sería realmente espectacular poder ver un crepúsculo cada vez que nos provoque y sería aún mejor encontrar un lugar donde la puesta de sol dure horas de horas o sea eterna. Cierto es que la maravillosa estética del cielo naranja, rojo, violeta y toda la paleta de colores que se genera mientras el astro se oculta propicia una serie de sensaciones que convierten un atardecer en un momento inolvidable, que merece registro. ¿Cuál es la explicación desde el punto de vista físico? ¿Cuál es la ciencia detrás de toda esta magia crepuscular? El color anaranjado del sol se da debido a que, al encontrarse este próximo al horizonte, la luz que emite debe recorrer una mayor cantidad de atmósfera cuyas partículas dispersan más los colores azules/violetas. Se aísla, entonces, el tono rojizo que, a su vez, es reflejado en el mar. En cambio, las nubes, al ser formadas por gotas de agua de mayor tamaño, dispersan los colores en todas las direcciones, haciendo que, si el grosor de las nubes es demasiado grande, puedan llegar a parecernos opacas.

Al mediodía la luz del sol nos llega perpendicular, pero, en el ocaso, la luz llega tangencialmente, recorre un camino más largo (un 30% más), como dije, es más absorbida por la atmósfera y llega menos intensa. Cuando la luz llega vertical, el recorrido es suficiente para dispersar casi todo el azul y un poco los colores que le siguen. En el ocaso, con el recorrido más largo, llega a dispersar completamente hasta el amarillo y, a nuestro ojo, nos llegan los dos colores que quedan, naranja y rojo. Paradójicamente, estos efectos se incrementan con los contaminantes que contribuyen a puestas de sol de ensueño, por eso es que ciudades muy contaminadas como México DF, Santiago o Lima en verano ostentan crepúsculos envidiables, pero con alto costo ambiental.

Un segundo efecto es que al astro, en su ocaso, pierde su esfericidad, un efecto óptico. En el horizonte, la refracción hace que veamos el sol más elevado de lo que realmente está. Una especie de espejismo. Por eso, cuando vemos a la parte baja del sol tocar el horizonte, realmente un casquete de la esfera ya está oculto.

La vista de un atardecer marca el final del día y en cierto modo el fin del ajetreo cotidiano, rutinario, mortal.

La nostalgia suele aparecer para hacernos reflexionar sobre el día que termina y la noche que inicia. Una etapa de transición. No es de día, pero tampoco de noche. Es como cuando el chico o la chica que nos encanta nos acepta una salida. Muchos disfrutamos mucho más los momentos previos que la propia cita porque nuestra mente y nuestros corazones levantan vuelo. ¿Pueden creer que, como todo, un crepúsculo también puede tener un lado oscuro? La revista National Geographic lo explica y tiene que ver con la salud mental: cuando se acerca el atardecer, los cuidadores de pacientes con demencia saben que deben estar alerta ante la aparición del sundowning: una constelación de comportamientos que pueden incluir inquietud, agitación, agresividad, confusión y deambulación.

“Las enfermeras hablan de ello como de un interruptor de la luz”, dice Trey Todd, neurocientífico de la Universidad de Wyoming que escribió en 2020 una revisión de la literatura científica sobre el sundowning, también conocido como el síndrome del ocaso o síndrome crepuscular. Estos comportamientos suelen comenzar más o menos a la misma hora a última hora de la tarde o primera de la noche y duran unas cuatro horas.

El síndrome del ocaso se describe con frecuencia entre pacientes con enfermedad de Alzheimer y demencias relacionadas, pero no todas las personas con estos trastornos lo experimentan. Los informes sobre su prevalencia difieren, pero Todd afirma que las estimaciones más conservadoras sugieren que alrededor del 20 por ciento de los pacientes con demencia experimentarán el síndrome del atardecer en algún momento.

Cuando ocurre, el síndrome del ocaso puede trastornar la vida tanto de las personas con demencia como de sus cuidadores. Puede interrumpir el sueño de toda una familia e incluso poner a los pacientes en riesgo de hacerse daño a sí mismos o a otros. Según los expertos, a menudo es lo que lleva a las familias a buscar atención profesional a tiempo completo para sus seres queridos. Quién lo diría, hasta que escribo esta columna no sabía de la existencia de este misterioso síndrome tan particular. No obstante, me quedo con el lado maravilloso de los atardeceres, que es mucho más en todo aspecto. Me quedo con esa puesta de sol sin fin, me quedo con mi fantasía de que, si el paraíso existe, está hecho a la medida de cada uno, y que, en lo que a mí respecta, será un eterno crepúsculo en donde mi alma flote sin tiempo y con música, un balcón, una terraza, un Aleph, un hueco negro de luminosidad dispersa, donde las dimensiones se mezclen, las heridas sanen de su sangre naranja, roja, azul, violeta.

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René Gastelumendi

Extremo centro

René Gastelumendi. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.