Las dudas que me corroen

No sabemos si se logrará juntar los votos suficientes para la vacancia o si la moción presentada por Edward Málaga se quedará en el desván de los fantasmas vacadores de las navidades pasadas (y futuro, que se vienen más, ni lo dude), pero me entusiasma la idea de que el presidente dé por fin la cara y absuelva, sin evasivas, un par de incógnitas incomprensibles para el ciudadano común.

Porque, ojo, el presidente no va hoy al Congreso para complacer a la horda de otorongos que nos parasitan, sino a la ciudadanía que lo eligió y que —no le quepa la menor duda— lo derribará del pedestal si sigue con esa actitud de reyezuelo chotano para quien las leyes valen un pepino y la opinión pública es un eco distante que jamás lo alcanza.

La primera incógnita es la curiosa colección de sellos de autoridades provinciales que acumulaba su cuñada, a quien llama hija y por la que ha puesto las manos en el fuego mil veces. Sí, lo sé, es más grave que se le haya visto en un video como gestora de intereses de una empresa privada ofreciendo obra pública, pero lo de los sellos me intriga más: ¿son una simple extravagancia personal o una prueba de fraude premeditado? Solo Castillo lo sabe.

También me intriga el misterioso personaje que se subió al avión presidencial bajo el nombre de Lay Vásquez Castillo, justo cuando su sobrino Fray Vásquez Castillo se había convertido en prófugo tras su orden de captura. ¿No se entera don Pedro quiénes se suben al avión que le pone el Estado? ¿Es tan fácil meterse de polizón diciendo que uno es sobrino del presidente? ¿O acaso en ese avión hay fantasmas que penan y se registran como pasajeros?

Sé que de los otros (innumerables) chanchullos se encargarán de preguntar los propios congresistas —hoy aterrados devotos de santa Dina Boluarte—, pero me encantaría que esos dos detallitos fueran esclarecidos por el propio mandatario sin evasivas. De repente, si da una respuesta sincera y satisfactoria, comenzaríamos a creer en su inocencia.