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Desorganización criminal

“La gran pregunta es por qué los demás permanecemos pasivos ante este espectáculo degradante que tanto daño nos hace, material y mentalmente”.

Entre la primera y la segunda vuelta de las últimas elecciones presidenciales, muchos advertimos que nos tocaba elegir entre dos estilos distintos de asaltar al Estado. El de Fuerza Popular lo conocíamos de sobra y por eso una ajustada mayoría optó por rechazarlo. El de Perú Libre era un enigma y por eso un grupo significativo —el suscrito incluido— optó por viciar su voto o dejarlo en blanco. Era una salida fácil. Poco importa ahora.

A estas alturas no hay espacio para dudar que hemos caído en manos de una gavilla de delincuentes, caótica y voraz, cuya supervivencia se debe a la rapacidad e incompetencia de la “oposición”, con quienes se entienden en lo esencial: desmantelar las barreras del Estado para dar rienda suelta a la corrupción y la informalidad. Además del narcotráfico.

Pablo Sánchez, el todavía fiscal de la Nación, ha ampliado la investigación por liderar a una organización criminal, contra el todavía presidente de la República, Pedro Castillo. Es un tanto exagerado afirmar que lidera una organización criminal, pues todos vemos que no lidera ni el baño de Palacio —que dupleteaba como caja fuerte de Bruno Pacheco—, y que el pillaje estatal es todo menos organizado. De ahí que los atrapen con las manos en la masa una y otra vez.

Los diálogos de Villaverde y Pacheco hacen eco a los de Químper y León. El faenón de los pícaros continúa. La única —y triste— diferencia es que los de ahora se escudan en que son del pueblo. Puede incluso que se crean su propia narrativa. El periodista mexicano Jorge Zepeda escribió un artículo explicando como los narcos, que ese mismo día habían asesinado a sus rivales, besaban a sus hijos por la noche, justificando sus actos en su fuero interno con algún relato autoexculpatorio. Todo muy humano.

La gran pregunta es por qué los demás permanecemos pasivos ante este espectáculo degradante que tanto daño nos hace, material y mentalmente. Después de todo no estamos bajo el yugo de una dictadura a la cubana, como la que sueña con imponernos Vladimir Cerrón.

Aventuro una respuesta tentativa: debe existir un coeficiente de tolerancia al deterioro de nuestras condiciones de vida. En el caso de los peruanos, desconfiados y agotados por la pandemia y las sucesivas crisis, debe ser alto. Pero confío en que no será infinito. Lo hemos demostrado en otras ocasiones y, es cierto, siempre ha ocurrido en situaciones límite. Esperemos que esta no sea la excepción.

La República

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