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“Caospolitas”

“La causa maestra del caos actual es la masiva pérdida de legitimidad de nuestras autoridades, en particular del Ejecutivo y el Legislativo”.

Si en algo podemos estar de acuerdo la mayoría de peruanos es que estamos inmersos en el caos. Como me decía un amigo, nos estamos graduando de “caospolitas”. Cierto, los peruanos tenemos experiencia en adaptarnos al desorden y el desdén por las reglas de convivencia. El transporte es una muestra clarísima de nuestro modus vivendi. La masiva informalidad en la que se desarrolla nuestra vida económica es determinante del estado de la cuestión.

Sin embargo, tanto la capacidad de adaptación como la resiliencia tienen límites. Estos los imponen situaciones extremas como el hambre —una crisis que se avecina con pasos de gigante— o la falta de servicios esenciales en términos de salud, seguridad, educación. Llega un punto en que el caos ya no es solo social, sino íntimo, personal. Es entonces que nos percatamos que nuestra salud mental está siendo gravemente afectada.

Los años de pandemia han sometido a niños y adolescentes a exigencias extremas, al no poder contar con la presencia de sus compañeros o amigos, así como las clases impartidas en el aula real. Muchos de ellos me han relatado la fabulosa sensación de regresar al salón de clase, al patio, al campus. Como los personajes del mito de la caverna de Platón, o los de la película The Matrix, ya vieron, ya sintieron, ya saben.

Los terapeutas nos habíamos percatado hace algún tiempo que, tras esa apariencia de normalidad en el trabajo virtual, los niños y adolescentes estaban desarrollando patologías causadas por un sufrimiento intenso producido por una insidiosa anemia emocional. Las universidades se han quedado atrás en el retorno a la presencialidad, algo que deberían resolver con urgencia. Es, insisto, no solo cuestión de calidad educativa, sino de salud mental.

Entretanto, la causa maestra del caos actual es la masiva pérdida de legitimidad de nuestras autoridades, en particular del Ejecutivo y el Legislativo. Sobre todo, la imagen presidencial está, como los evangelios de Valverde, por tierra. Al punto que se está haciendo habitual que quienes asisten a ceremonias públicas aprovechen la ocasión para hacer su número de “yo le falto el respeto al presidente en su cara”, como el alcalde de Moche o algunos de los comandos de la operación Chavín de Huántar.

Llamar a un referéndum sobre una nueva Constitución en esas circunstancias es como si un conductor ebrio propusiera cambio de ruta a los pasajeros. No existen “abismopolitas”.

La República

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