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Crisis climática y fin de nuestra historia

“Un orden político global, urgido por la necesidad de la crisis planetaria, es la única forma de salvar a nuestra civilización”.

Hace casi 30 años, la publicación de El fin de la historia y el ultimo hombre de Francis Fukuyama causó conmoción, al postular que la democracia liberal, triunfante en la guerra fría, era el estado final de la organización política. Lo único que quedaba era ver cómo, poco a poco, esta forma de gobierno se generalizaría, ofreciendo bienestar y estabilidad al mundo entero.

Sabemos que no ha sido así. Es más, sabemos que si algo está en crisis, es la democracia liberal; las razones son múltiples y extensas. Pero entre ellas, destaca la creciente desconexión entre cómo gobernamos los Estados y cómo se expande la economía. No hay mejor ejemplo de esta desconexión que el fracaso de la COP26.

Más allá de promesas específicas, el fracaso (que lo es, pues lo pactado es irrelevante para la magnitud del problema) se expresa en la incapacidad de entender, enfrentar y superar la crisis climática como un problema global, urgente. No es salvar el planeta o a la humanidad, inocentes de los problemas creados por el capitalismo, su desarrollo industrial, el consumo desbordado y las gigantescas desigualdades: enfrentamos la posibilidad de una crisis terminal de la civilización contemporánea.

Pero es la autonomía de los Estados nación, y las insuficiencias de la democracia liberal para procesar problemas de largo plazo, lo que hace la crisis inmanejable. Tomar decisiones a nivel planetario para los próximos 50 años es imposible cuando, por citar un caso, la supervivencia de las naciones isleñas del Pacífico se enfrenta al ansia consumista sostenida por corporaciones globales, actores políticos significativos en democracias como los EEUU.

No hay políticos capaces de decirle a su electorado que sin sacrificios significativos no se solucionará un problema existencial; a nivel global, no hay cómo tomar decisiones colectivas globales, pues cualquier acuerdo tiene que ser ejecutado a nivel nacional. Que las dictaduras y los autoritarismos varios no estén interesados en ceder poder, no tiene nada de especial; pero la democracia queda como testigo, si no cómplice del desborde del capital.

Un mundo con un clima como el que se prevé tendremos hacia mediados de este siglo, será territorio de conflictos interminables, con el consumo al que nos hemos acostumbrado —siquiera como una expectativa—, reducido a nada. La humanidad vivirá en el futuro una distopía peor que muchas películas apocalípticas.

Un orden político global, urgido por la necesidad de la crisis planetaria, es la única forma de salvar a nuestra civilización. Pero eso que se pensó era el triunfo máximo de la razón, la democracia liberal aliada al capitalismo, es una de las principales barreras para alcanzarlo.

Eduardo Villanueva Mansilla

Profesor principal del departamento de Comunicaciones de la PUCP. Investiga sobre política y desigualdades digitales, y el contacto de estas con prácticas de la cultura digital, desde memes hasta TikTok.