Comunicadora Social. Creadora del programa de televisión Costumbres. Personalidad Meritoria de la Cultura desde el 2015.

Son sabias y resilientes. Lideresas de su propio camino, proponen, responden desde su sabiduría, gestionan alianzas, defienden su territorio y sus herencias, luchan a cada rato por salir adelante.

En el ‘Año del Bicentenario’ reconocemos el aporte cotidiano de tres mujeres peruanas: sabedoras, gestoras y maestras, a través de la miniserie documental ‘Sabiduría madre’.

En Lucy Pacompia Cari, una mujer del altiplano, abrigamos poder a través de su sonrisa y de ese ímpetu por seguir creando oportunidad a través del estudio y el emprendimiento. Vive en la isla Amantaní (Puno) y lidera Arco Wasi, su hospedaje de turismo rural comunitario. Ha terminado su secundaria y le enseña a su hija Yaqui la gran posibilidad de aprender y asumir retos a favor de su pueblo.

Aurora Ayala Escalante es una mujer migrante, natural de Tucsi (Ayacucho), vive en el AAHH Ampliación Buena Vista (VMT), que sabe lo que es el hambre en tiempos de pandemia. Ha marcado su quehacer social cuando junto a dos amigas funda la olla común Milagrosa. Ha generado una red de alianzas y ha priorizado su propia educación, a la que no pudo acceder porque en casa, cuando era niña, solo los “varoncitos” iban a la escuela.

Al morir su padre, depositario del saber cultural del pueblo, Magaly Estrella Vásquez queda como heredera del canto tradicional kakataibo. Reconocida en Yamino (Ucayali) como una mujer trabajadora y dirigente, conoce la labor artesanal y ha aprendido a sacarle provecho como actividad económica. Sin dejar de lado el compromiso que comparte con su pueblo de cuidar el bosque a pesar de las amenazas y de seguir transmitiendo a los más jóvenes el gran valor de la historia y la tradición de los Kakataibo.

‘Sabiduría madre’ será difundida en diferentes plataformas y hoy estrenamos el primer episodio: ‘Lucy’, por la señal de TVPerú, a las 4 p.m.

El sábado 21 de agosto seguirá ‘Aurora’ y el sábado 28, ‘Magaly’.

En sororidad las escuchamos y abrazamos.

“En el ‘Año del Bicentenario’ reconocemos el aporte de tres mujeres peruanas: sabedoras, gestoras y maestras”.

Sabiduría madre, por Sonaly Tuesta

La República

Sabiduría madre

Mientras la cúpula política hace añicos la institucionalidad de nuestro país, en Cabanaconde (Caylloma, <a href="https://larepublica.pe/tag/arequipa">Arequipa</a>) la vida tranquila se activa en la chacra, donde nace el maíz cabanita, símbolo eterno del pueblo. De colores intensos y diversos, este noble producto aporta no solo alimento y energía sino también ritualidad y respeto a las deidades cuando llega la siembra o la <a href="https://larepublica.pe/tag/fiesta-de-la-candelaria">virgen de la candelaria</a> está dispuesta para bendecir los choclos y estos al fin se puedan comer.

Entonces pienso en el esfuerzo diario por trabajar el campo, la andenería cubierta de maíces, la necesidad permanente de lluvias, el grano fresco que se convierte en llulloapi o mazamorra de maíz wawa. Entonces pienso en el espíritu ancestral que los acompaña y en el mensaje poderoso cuando las nubes se dispersan, revelando la figura majestuosa de una parihuana, señal de buen augurio, un mensaje del universo que asegura un año de cosechas abundantes y de bendiciones compartidas.

Sabedores del lenguaje ritual de sus ancestros, Flora y Guido evocan el tinkamiento, aquel homenaje a las semillas antes entregarlas a la tierra, ya lista para recibirlas. La ceremonia central del saratarpuy los conecta con los apus, a quienes deben respeto y agradecimiento. Brindan con ellos y en repetidos momentos arrojan el pito (chicha y harina de maíz mezclados) por los aires comprometiéndose a responder ante el desafío de una buena cosecha. Ser recíprocos con la naturaleza asegura el bienestar y la convivencia. El maíz es un cultivo comunitario y cada comunero o comunera es responsable de su propia actividad que deviene en un acto mayor: el bien común.

PUEDES VER: <a href="https://larepublica.pe/opinion/2024/03/03/reencuentros-por-sonaly-tuesta-69688">Reencuentros, por Sonaly Tuesta</a>

Desde tiempos inmemoriales, el maíz cabanita ha desempeñado un papel fundamental en la vida de Cabanaconde. Es un insumo básico para el trueque o intercambio, y un ingrediente preciado en numerosos platos como el sango, la cancha y las humitas. Además, posee un gran potencial como producto para la panificación. Durante la <a href="https://larepublica.pe/tag/coronavirus-en-peru">pandemia</a>, un grupo de mujeres se ha unido para iniciar un emprendimiento, transformando el maíz en galletas, bollos y pasteles, con el objetivo de sacar adelante a sus familias y a la comunidad que espera tu visita.&nbsp;

SONALY

Maíz cabanita, por Sonaly Tuesta

Mientras la cúpula política hace añicos la institucionalidad de nuestro país, en Cabanaconde (Caylloma, Arequipa) la vida tranquila se activa en la chacra, donde nace el maíz cabanita, símbolo eterno del pueblo. De colores intensos y diversos, este noble producto aporta no solo alimento y energía sino también ritualidad y respeto a las deidades cuando llega la siembra o la virgen de la candelaria está dispuesta para bendecir los choclos y estos al fin se puedan comer.

Entonces pienso en el esfuerzo diario por trabajar el campo, la andenería cubierta de maíces, la necesidad permanente de lluvias, el grano fresco que se convierte en llulloapi o mazamorra de maíz wawa. Entonces pienso en el espíritu ancestral que los acompaña y en el mensaje poderoso cuando las nubes se dispersan, revelando la figura majestuosa de una parihuana, señal de buen augurio, un mensaje del universo que asegura un año de cosechas abundantes y de bendiciones compartidas.

<blockquote class="wp-block-quote">PUEDES VER <a href="https://larepublica.pe/opinion/2024/03/03/reencuentros-por-sonaly-tuesta-69688">Reencuentros, por Sonaly Tuesta</a></blockquote>

Sabedores del lenguaje ritual de sus ancestros, Flora y Guido evocan el tinkamiento, aquel homenaje a las semillas antes entregarlas a la tierra, ya lista para recibirlas. La ceremonia central del saratarpuy los conecta con los apus, a quienes deben respeto y agradecimiento. Brindan con ellos y en repetidos momentos arrojan el pito (chicha y harina de maíz mezclados) por los aires comprometiéndose a responder ante el desafío de una buena cosecha. Ser recíprocos con la naturaleza asegura el bienestar y la convivencia. El maíz es un cultivo comunitario y cada comunero o comunera es responsable de su propia actividad que deviene en un acto mayor: el bien común.

Desde tiempos inmemoriales, el maíz cabanita ha desempeñado un papel fundamental en la vida de Cabanaconde. Es un insumo básico para el trueque o intercambio, y un ingrediente preciado en numerosos platos como el sango, la cancha y las humitas. Además, posee un gran potencial como producto para la panificación. Durante la pandemia, un grupo de mujeres se ha unido para iniciar un emprendimiento, transformando el maíz en galletas, bollos y pasteles, con el objetivo de sacar adelante a sus familias y a la comunidad que espera tu visita.

Sonaly Tuesta

Nos habíamos perdido la pista. Tantas ocupaciones, el tiempo y la distancia hicieron imposible volver a vernos. No había visitado Pampas en años, desde aquel 2007 en que, aprovechando el paseacuy, bautizamos a Valeria. La buena conversa y la celebración se quedaron en un video de 48 minutos, que se emitió como homenaje a don Paulino Torres Torres, compositor de aquella emblemática canción: ‘Trencito macho’.

Las coincidencias de la vida tienen su propio ritmo, se aceleran o esperan el momento indicado para hacerse visibles. Me embarqué en un proyecto hermoso para contar la historia del profesor Walter y Kipi, la niña robot en una película documental llamada Misión Kipi. Entonces supe que su vida transcurría en Colcabamba (Tayacaja, Huancavelica) y de hecho eso me emocionó. Mi conexión con esa zona del Perú me traería a las amigas y amigos que alguna vez conocí en festejos memorables de la siembra y el vigawantuy.

El primer viaje de regreso lo hice sola, llena de ilusión y expectativa. Estaba segura de que no me habían olvidado. Fui directo a ver a mi comadre Zenobia para darle un abrazo y contarle que nos veríamos con más frecuencia. Capturamos ese momento en una foto que compartí en mis redes sociales, inmortalizando nuestro reencuentro.

<blockquote class="wp-block-quote">PUEDES VER: <a href="https://larepublica.pe/opinion/2024/03/02/atomizados-no-por-favor-por-paula-tavara-52325">Atomizados no, por favor, por Paula Távara</a></blockquote>

Poco después, recibí un mensaje de Anamelva invitándome a Pampas, donde se encontraba mi otra ahijada. Aproveché la oportunidad en mi segunda visita para reunirme con ellos. A pesar de los 15 años transcurridos, seguimos recordando con cariño los momentos vividos: el pasacalle, la alegría, el vínculo que nos une.

Valeria, mi ahijada, está a punto de graduarse en Ciencias de la Comunicación y ya ha comenzado a dejar su huella en la radio familiar. Cuando surgió la necesidad de grabar una entrevista con los protagonistas de Misión Kipi, la emisora de mis compadres se convirtió en nuestra mejor locación. Y como era de esperarse, Valeria fue la entrevistadora, tal y cual la había imaginado.

Reencuentros, por Sonaly Tuesta

Los espacios festivos suelen ser escenarios sagrados donde cada participante, agrupado o no, se manifiesta naturalmente y se vincula con los demás en un acto que marca el momento como especial y único. Es un tiempo para conectar con ese espíritu interior que ha sido golpeado por los avatares de la vida cotidiana, un espíritu que renace en la alegría contagiosa de la fiesta. En este santuario temporal, las personas encuentran un refugio para su alma, un lugar donde la <a href="https://larepublica.pe/tag/musica">música</a>, la danza, la comida y la compañía se entrelazan en una sinfonía de celebración y renovación.

Sucede en el Akshu Tatay o segundo aporque de la papa cuando la orquesta hace suya la parcela para ponerle ritmo al trabajo comunal. Entonces estalla una canción en quechua y la euforia llega con el wapeo como si se tratara de una poderosa necesidad de invadir de alegría los cultivos porque así (lo han visto por años) crecen vigorosos y dan buenas cosechas. La búsqueda de abundancia se condensa en este canto, y ninguna fuerza terrenal puede detener su curso. Fluye de manera tan natural que casi sentimos la respuesta de la tierra, que se une al júbilo en el que todas y todos participan plenamente.

Sucede en el carnaval, que aparece empapado y cubierto de pintura. &nbsp;Zigzaguea por las calles, atrayendo a los fiesteros que se suman a su estela, fundiéndose en un estado de dicha contagiosa que se manifiesta en cada gesto y sonrisa. La esencia misma del carnaval se revela en este caos festivo, donde la gente protesta, se disfraza, se mofa y llama la atención de las autoridades con una rebeldía lúdica e irreverente.

Son días de libertad total, donde las coplas o canciones resuenan con temas políticos, sociales, románticos e incluso humorísticos, sin restricciones ni normativas que los limiten. Intentar censurar o coartar estas expresiones sería contravenir la naturaleza misma del carnaval, una festividad que desborda en espontaneidad y creatividad desenfrenada.

Días de libertad y festejo, por Sonaly Tuesta

No sabíamos qué nos deparaba el futuro, pero esa tarde danzamos más unidos que nunca. Nuestros cuerpos, cubiertos de agua y pintura, testimoniaban nuestra celebración de la vida con una alegría desbordante, propia del carnaval. Unas semanas después, la <a href="https://larepublica.pe/tag/pandemia">pandemia</a> llegó y sumió al carnaval en un letargo de varios años, aunque ahora ha recobrado su esplendor. Parece que necesitábamos esa profunda conexión emocional para afrontar los meses venideros.

El carnaval es un tiempo de permisividad, amor, fertilidad y júbilo por las primeras cosechas. Cada región del país tiene su propia manera de festejarlo. En Apurímac, se pone a prueba la fuerza a través del látigo, mientras que en Andamarca (Lucanas, <a href="https://larepublica.pe/tag/ayacucho">Ayacucho</a>) la chimaycha posee a los bailarines, impulsándolos a danzar día y noche sin descanso. La intensidad del baile es tal que el Miércoles de Ceniza cada participante recibe tres latigazos (por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo) para disipar la fiesta y permitir que los buenos espíritus regresen sin extrañar el carnaval.

Como escribió nuestro José María Arguedas: “Es el tiempo del carnaval. En estas noches, cuando la voz del río retumba con toda su fuerza, en todos estos pueblitos al borde del abismo, emerge el canto y la danza del carnaval, la canción guerrera, que es como una ofrenda al río crecido y poderoso, al cielo tumultuoso y a la noche oscura”.

<blockquote class="wp-block-quote">PUEDES VER: <a href="https://larepublica.pe/opinion/2024/02/03/futuro-electoral-de-dina-por-mirko-lauer-83894">Futuro electoral de Dina, por Mirko Lauer</a></blockquote>

Cuando los españoles trajeron su carnaval, en nuestras tierras se realizaban sacrificios para asegurar una buena cosecha, ya que febrero era el mes de las lluvias y las flores. Aunque se adoptó la festividad, no se olvidó el pasado, y aún se mantiene el vínculo sagrado con la Pachamama (madre tierra). El amor entre pasñas y maqtas, entre solteros y solteras, se refleja en cada paso de baile y se descubre a través del canto.

Los carnavaleros están bajo el amparo de los santos de Andamarca (Lucanas, Ayacucho) y por el espíritu que anima su interminable algarabía. Los mayordomos auspician la fiesta y, como bienvenida, preparan la ullada, un guiso hecho con carne y frutos de la tierra: choclos, papas, habas, coles y duraznos. Este potaje se disfruta únicamente durante estas fechas, y en la mesa del banquete los protagonistas son el cantor, el sacerdote, los previsteros o encargados de cambiar y cuidar las imágenes religiosas, y las muñidoras, aquellas mujeres que adornan el templo y descansan un rato para carnavalear.

Sabiduría madre

“En el ‘Año del Bicentenario’ reconocemos el aporte de tres mujeres peruanas: sabedoras, gestoras y maestras”.

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