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“Pese a los intentos de prescindir de ellas, no pudieron reemplazarlas; los soldados se resistían. Además, ni los bandos guerreros ni el Estado fueron capaces de asegurar suministro de alimentos...”.

La presencia de mujeres y niños en las milicias no es exclusiva del Perú. En México las soldaderas, algunas llamadas adelitas, acompañaban a los combatientes durante la revolución. Elena Poniatowska en un diálogo con Josefina Borquez, alias Jesusa Palancares, nos regaló, deslumbrándonos, a esa soldadera que dijo tanto de México. En Chile estaban las cantineras. Incluso hubo mujeres y niños en los ejércitos romanos al inicio de nuestra era. De las “rabonas” solo nos llegan sus gritos y descripciones de su hacer; encarnan el mundo oscuro y temido de los que las nombraron. Sus voces quechuas y aimaras se escucharon como chillidos. En el otro extremo son heroínas sacrificadas y valerosas, pero poco entendidas fuera de la visión masculina y el significado para ellas en los frentes de guerra queda soterrado.

El soldado, que en el sentido estricto no era tal, fue incorporado a la fuerza; escasamente entrenado y de difícil control por los oficiales, que tampoco tenían mayor formación castrense. Y fue así a lo largo del siglo XIX; imposible mantenerlo enrolado sin sus acompañantes mujeres. Ellas podían embarazarse, parir y criar de batalla en batalla: “Arrastran en su séquito a una multitud de niños de toda edad”, escribe Flora Tristán que las vio en más de una ocasión mientras estuvo en Arequipa. La lógica del parentesco de la contienda bélica.

Las llamadas “rabonas” podían adelantar a los soldados, estar detrás de las tiendas de los soldados, con todos sus trastos de cocina; cosían y lavaban la ropa. “Todas haciendo una terrible barahúnda con sus gritos, cantos y charlas”, agrega Tristán. Conseguían los víveres que se encargarían de cocinar; ingresaban a los pueblos y cuando no conseguían las donaciones, los asaltaban; “llevan el botín al campamento y lo dividen entre ellas”. No recibían pago alguno.

Pese a los intentos de prescindir de ellas, no pudieron reemplazarlas; los soldados se resistían. Además, ni los bandos guerreros ni el Estado fueron capaces de asegurar el suministro de alimentos y las tareas medulares que las mujeres tenían a su cargo. Estas no eran el desorden, sino parte de él y sus víctimas. Fueron despreciadas. Su imagen se usó para injuriar a Antonia Moreno, esposa del general Cáceres, cuyos enemigos publicaron caricaturas donde aparecía peinada con un moñito que la acusaba despectivamente de rabona; aparece como bestia de carga, ataviada de mujer indígena. Está embarazada y se sabe que lo estuvo durante la resistencia, aunque el bebé murió al nacer.

Rabona, animal con un rabo más corto que el ordinario; mujeres de trenzas cortadas. Nombrar es un acto de autoridad, y dice más del que lo hace que del que recibe el nombre, aunque marque la vida, el destino de lo que se nombra.

Necesitan uno nuevo.

La República

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