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El país de mis pesadillas

En vez de seguir con el cuento del comunismo, del terrorismo, de los buenos y los malos, deberían plantear una agenda en común, una política económica que pueda ofrecer hospitales implementados y con el personal adecuado.

Pedro A. Castro Balmaceda.

El Perú, en elecciones, me da miedo. Mi país, al que tanto quiero, del que no podría irme jamás del todo, me asusta. Su gente, mi gente, mis compatriotas siento que me avasallan, que para la mayoría todo es negro o blanco, que si piensas en gris eres un traidor y, por eso, mereces ser quemado en la hoguera de la miseria y los insultos.

En el año 2017, pos “Fenómeno de El Niño Costero” recorrí una de las zonas más deprimidas y empobrecidas de Talara, las lluvias habían traído más destrozos a la ya quebrantada vida de decenas de familias del sector de Las Peñitas. Gente viviendo a la intemperie, utilizando bolsas negras de basura como techos y cartones de leche como paredes, niños recién nacidos en medio de moscas, zancudos, dengue, charcos y ríos de basura regada que la quebrada había dejado a su paso. Entonces, te ataca la desesperación, la ansiedad y la depresión de no poder ayudar a todos, de no poder siquiera solucionarle los problemas a uno, de saber que tu ayuda nunca será suficiente en zonas olvidadas por el Estado, los invisibles.

Está semana, luego de las encuestas, me he sentido más lejano que nunca del Perú, alejado de mi propia familia, totalmente distante de mis amigos y de muchos que no piensan como yo. Y claro, ellos están convencidos que el mundo es naranja y no puede ser rojo, tampoco rosado. Pero el pueblo no quiere colores, el pueblo no quiere ideologías, no busca ser militante, tampoco simpatizante, solo quieren salir adelante, quieren tener las mismas oportunidades, los mismos beneficios y el mismo sentido de justicia y equidad que el resto. Quieren poder ir a un hospital y que haya medicinas, que puedan atenderte a tiempo, que tu cita sea programada cuando aún estés vivo. Quieren ir a un colegio y poder sentarse en carpetas y no en ladrillos y que los profesores tengan la misma logística y vocación de sus pares privados. Quieren llegar a sus casas y ver que el agua llegue por los caños y no en jarritos de baldes recolectados en cisternas. Quieren poder pensar en grande, en ser profesionales sin tener que truncar sus sueños porque deben apoyar a sus padres en las faenas de pesca, en la cosecha del campo o en tener un mototaxi para aportar a la alicaída economía del hogar.

Debemos dejar de pelearnos entre izquierdas y derechas, entre liberales y conservadores, la gente que vota por Pedro Castillo no son los ignorantes, son los ignorados durante décadas, durante casi dos siglos. Votan por él no porque consideren que es la opción ideológica afín a sus intereses, votan por él porque se sienten representados en un hombre de pueblo, común y corriente, un NN como tú o como yo. Es un voto de protesta frente a los políticos tradicionales de turno. No digo que sea la mejor opción, pero es la opción de los “sin voz” en este Perú cada vez más ancho y ajeno.

Entonces, en vez de seguir con el cuento del comunismo, del terrorismo, de los buenos y los malos, deberían plantear una agenda en común, una política económica que pueda ofrecer hospitales implementados y con el personal adecuado, colegios con educación competitiva, servicios básicos a todos los rincones del Perú, una vez que tengamos esas necesidades prioritarias cubiertas recién podemos pensar en sentarnos a discutir que ideología es la más adecuada para nuestro querido país de las maravillas.

La República

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