En el Perú la pobreza disminuyó de 50% a 20% del 2010 al 2018, lo que ha sido considerado un gran logro del modelo económico aplicado desde 1990. No solo eso: los no pobres son ahora “clase media emergente”.
La definición de pobreza se basa en la cantidad de gasto monetario que realizan las familias. En el 2019, el valor de la canasta mínima total (alimentos y no alimentos) que una persona debe poder adquirir para ser considerado no pobre fue S/ 352/mes por persona (1,408 soles para una familia de cuatro miembros).
Esa definición no nos dice si los no pobres son “clase media emergente” o si pueden, o no, recaer en la pobreza por impactos económicos adversos. Por eso, la CEPAL hace algunos años comenzó a analizar a los no pobres, pero vulnerables. En el Perú, en diciembre pasado el INEI fue el primer país en utilizar una metodología propia y publicó el informe “Estimación de la vulnerabilidad económica a la pobreza monetaria”.
El informe estimó la cantidad de personas no pobres –con gastos superiores a 352 soles mensuales– que podrían caer de nuevo en la pobreza. ¿Quiénes son? Son las personas con gastos menores a 584 soles mensuales (ver gráfico). Lo nuevo: además de los 6.6 millones de pobres (el 20%), en el Perú hay 10.6 millones, un 32% adicional, de no pobres vulnerables.
Con la pandemia, se estima que la pobreza aumentaría del 20% al 30% en el 2020. La cifra exacta la sabremos en abril, cuando el INEI publique su Informe sobre la pobreza 2020.
Hay varias derivadas aquí. La primera: la definición de pobreza no analiza el nivel del empleo. Por tanto, como en el Perú no hay una política de promoción de la diversificación productiva que impulse industrias con empleos adecuados (“el Estado subsidiario no debe hacer esas cosas”), una porción considerable de los no pobres vulnerables (ahora sabemos que es 32%) pasan a la informalidad y viven “día a día”.
Segundo, para el gobierno los pobres se gradúan a “clase media emergente” con el “modelo”. Entonces hay que seguir con el piloto automático. Pero eso tampoco es cierto: la pobreza urbana ha aumentado desde el 2015, justo cuando se desacelera la economía porque acaba el superciclo de precios de las materias primas.
Tercero, como “ya no es necesario el padrón de hogares en las zonas urbanas” (solo para Juntos, en la sierra) el gobierno ya no tiene cómo identificarlos. Y cuando viene la crisis económica, no tiene cómo “mapear” a sus ciudadanos para otorgarles el bono universal. Y cuando lo quiere hacer, lo hace con el ya superado método de la focalización, o sea identificar a cada ciudadano para que la “ayuda” no se filtre.
En una publicación reciente Valery Maco (1) nos dice que los programas sociales de Brasil, Chile y Argentina ya no usan la focalización geográfica, mientras que en México (2001) y Colombia (2007) la eliminaron para cubrir distritos urbanos. Ojo, con modelos económicos distintos, todos se alejaron de la focalización.
Pero eso no sucede acá, agrega Maco, porque no hay un sistema institucionalizado con partidos programáticos con horizontes temporales de largo plazo, lo que ocasiona que los políticos prioricen políticas de su propio interés, efectistas y de corto plazo. Y, también, que la ausencia de vínculos entre los partidos y la sociedad civil resulta en una brecha de representación que dificulta atender las demandas de la sociedad. Cierto.
En síntesis, el neoliberalismo no creó una clase media sino no pobres vulnerables (INEI dixit) que engrosan la informalidad. Dejó de lado los programas sociales urbanos y persistió en la focalización, lo que demoró el bono universal y fomentó aglomeraciones. Además, no impulsó la institucionalidad ni la reforma del Estado y ahora campea la corrupción, lo que la pandemia revela en toda su magnitud.
1) Ver La desatención de la pobreza urbana en Perú.
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